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Delincuentes

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Correa, el pobre, alucina. No sabe por qué está encerrado entre delincuentes. Él no lo es. Él es un hombre de honor, amigo de sus amigos; leal como pocos. Y por un leve problema contable, un problemilla con Hacienda, un juez desconsiderado lo ha enchironado para que se pudra con la gentuza que sí ha delinquido. Pero él, no, no es un mangante; sólo un empresario obligado a trabajar como un mulo para hacer mayor la empresa porque, es un principio financiero, o creces o te arruinas. Y para eso no sabe usted la cantidad de sapos que se ha tenido que tragar y la de manos blandas que ha tenido que estrechar (manos de sebo, manos pringosas, manos sin sangre); o la de regalos absurdos que ha tenido que pagar para dejar contento al cliente; lo importante es el servicio postventa. Y mira cómo se lo pagan. Así no hay derecho. En una celda interior, para no ver el sol, con lo peor de cada casa. «Yo no voy a hablar», ha dicho. «Ya sabes cómo soy». Pero las latillas de mejillones cansan, y cansa la...

Educar

Educar es encaminar, marcar sendas por las que enviar al pupilo para que no se pierda en el intrincado laberinto de caminos que hay en la vida. Aunque todos pueden educar, no es conveniente que ciertas personas se pongan a la tarea por razones obvias. Párese a pensar en gentes a las que de ninguna manera les confiaría un hijo. Luego viene que el educando quiera ir por caminos trillados y no prefiera adentrarse en inextricables sendas que o no llevan a ningún lado o que se abocan directamente a un precipicio. Si se trata de encaminar, tiene que haber necesariamente normas que limiten o condicionen el tránsito; o sea, leyes y costumbres. Las leyes las ponen los que mandan, y las costumbres surgen como resultado de la vida en común con los demás. Las leyes se cambian con el voto, las costumbres con la práctica. Una sociedad sana necesita que ambas se mantengan en el tiempo para poder asumirlas con eficacia; necesita también personas que se encarguen de recordarlas en los diferentes ámbit...

En la Arcadia

Había empezado una columna cabezona llena de reproches e invectivas contra esto y lo otro, la he borrado. Pero, escucha, suenan los pájaros y el viejo Horowitz resucita con sus dedos una sonata de Mozart. El pianista ucraniano siempre viene en mi ayuda cuando lo necesito. No pienso hablar de política; no quiero perderme entre personajes de ficción ahora que el paisaje anda cuajado de nubes como las que pintaba Magritte, unas nubes blancas y azules que llenan casi por completo el cielo; aquí todo tiene un aire primitivo, inconsciente, surreal. Estoy en el campo. Si no fuera por las moscas, diría que vivo en el paraíso, un lugar donde la indolencia es virtud y el sol apenas si hace daño. El monótono ruido de las cosechadoras que recogen las últimas cebadas, un ruido como de moscas enfadadas, hace volar al tiempo que atesora en su caja un reloj antiguo, de péndulo, mientras avanza frenético sobre caballos de brisa. Tampoco hace falta tanto para ser feliz: ganas, algunas piezas de fruta y...

Espías

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La última novela de Larsson va de espías que se enrocan una y otra vez para evitar ser descubiertos. Son unos seres infames, unos auténticos hijos de puta que no paran en mientes a la hora de mandar a cualquiera al otro barrio. Normalmente los cabritos literarios suelen ser inteligentes, pero los de Larsson, no; se trata de cretinos que se creen los dueños de la pista de baile. Aún no he terminado el tocho, pero estoy convencido de que los van a trincar y de que el escándalo en esa Suecia de ficción va a ser de órdago. Algunos espías españoles del Centro Nacional de Inteligencia, seguramente jefecillos, han provocado un enorme escándalo: ese grupo de rufianes acostumbrados a hacer de su capa un sayo han obligado a dimitir al paisano Saiz. El motivo declarado es falso; en realidad se trata de poder, pues de eso realmente va la llamada inteligencia. Esos aprendices de Mortadelo y Filemón, cuya primera obligación debiera ser la de proteger las cloacas del Estado, se están transmutando en...

Mark Sanford

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Salvo que seas un enterado, es seguro que no tienes ni pajolera idea de quién es Mark Sanford. No es pariente del Michael Jackson, el hombre desteñido que a estas horas va camino del cielo de los genios; tampoco tiene que ver con un tal Bércenas, uno que según se colige de lo que se oye podría (el «podría» debe entenderse como variante estilística de «presunto») haber trincado una pizca para un pisito y otras naderías. Para no tenerte en tensión, y que te dé un jamacuco como consecuencia de la ansiedad que te produce tú proverbial desinformación, te diré que ejerce de gobernador de Carolina del Sur; una celebridad a la que no conoce ni la Chuchi, la que más sabe de tíos en mi pueblo. El hombre éste es famoso porque ha llorado. Como te lo cuento. Se ha ido unos días a Argentina a ver una gachí de aquella república y, afirma el panoli, ha pasado los días llorando. A este pavo (discúlpeseme la familiaridad) le ha debido de pasar lo que a uno que yo me sé, que el tonto el haba se nos ha i...

El fin de la Historia

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Parece que el capitalismo no se sustentaba en pilares tan firmes como creían los neoliberales. Fukuyama, de hecho, había predicho el final de la Historia, esto es: el fin de las guerras y de las revoluciones sangrientas; el politólogo nacido en Chicago había profetizado el advenimiento del hombre feliz bajo el manto protector del libre mercado. Vale, pero sólo hizo falta que unos tipos trincaran más de la cuenta, Madoff o Stanford, y el tenderete se ha resentido gravemente: sigue habiendo guerras, la gente buena continúa luchando a vida o muerte contra la opresión, y aún perduran los dictadores de opereta haciendo daño: Ahmadineyad o Raúl Castro sin ir más lejos. El Estado, menos mal que no ha desaparecido, se ha aprestado a apuntalar el sistema inyectando un chorro de dinero tan inmenso que muchos no podemos ni imaginar y gracias al cual parece que asoman en el erial de la economía algunos brotes verdes. Pero el Estado, que somos todos, no puede ejercer toda la vida de empenta de un ...

Análisis electoral

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El tipo, pequeño y sonrosado, me adoctrinaba con palabras que en la noche sonaban como una nana enfadada; no te cuento cómo iba el colega. Levantando el vaso de picacola y poniendo una voz más que engolada, aseguró que ante el desengaño no cabe responder más que con ira o con esperanza. Aparentemente hablaba de las elecciones europeas, pero yo deduje por su abandonada indumentaria que quizá quería decirme otra cosa; tal vez se refería a la soledad, a cómo una moza lo había abandonado, o a esa sensación que trasciende de uno cuando uno sabe que tiene razón. Es cierto que el desengaño no se cura; se ahoga en un vaso de esperanza, o se quema con el alcohol de la ira. Añadió además no sé qué de la indolencia, pero yo insistía en que la indolencia es sólo un placebo que no produce ninguna mejoría, sino que arrincona los síntomas en el fondo del alma, allí donde se acumulan otras vergüenzas, impidiendo que ese espacio lo ocupe algo más provechoso. Pues eso, que el tipo, borracho de verborre...

Las fotos y el voto

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Las famosas fotos de Il Cavaliere se han publicado . De nada le ha servido la censura impuesta en su país alegando no sé qué privacidad de la que según Berlusconi debe disfrutar él y el personal que se solaza en su casa de la Cerdeña. Al final han salido en los papeles las núbiles señoritas que lo acompañaban, chicas hermosísimas con las tetas al aire; aparece además un erecto gentilhombre que según las malas lenguas es un ex primer ministro checo; pero, como el paparazzi es un puritano, ha entregado las fotos con las cabezas pixeladas. El caso es que Silvio, gravemente afectado por el síndrome del ogro tragaldabas (ya sabes: «huele a carne fresca»), sale rodeado de un escogido ramillete de señoritas captadas en los estudios televisivos; además, como no es egoísta ha puesto el ganado a disposición de sus más íntimos amigos para que se deleiten en contemplación de tanta belleza. El asunto, digno de un crápula, no tendría más trascendencia si todo el licencioso personal fuera mayor de ed...