Mark Sanford

Salvo que seas un enterado, es seguro que no tienes ni pajolera idea de quién es Mark Sanford. No es pariente del Michael Jackson, el hombre desteñido que a estas horas va camino del cielo de los genios; tampoco tiene que ver con un tal Bércenas, uno que según se colige de lo que se oye podría (el «podría» debe entenderse como variante estilística de «presunto») haber trincado una pizca para un pisito y otras naderías. Para no tenerte en tensión, y que te dé un jamacuco como consecuencia de la ansiedad que te produce tú proverbial desinformación, te diré que ejerce de gobernador de Carolina del Sur; una celebridad a la que no conoce ni la Chuchi, la que más sabe de tíos en mi pueblo. El hombre éste es famoso porque ha llorado. Como te lo cuento. Se ha ido unos días a Argentina a ver una gachí de aquella república y, afirma el panoli, ha pasado los días llorando. A este pavo (discúlpeseme la familiaridad) le ha debido de pasar lo que a uno que yo me sé, que el tonto el haba se nos ha ido al Caribe, a Varadero más concretamente, y ha vuelto enamorado de una jaca de dieciocho y se pasa el día escribiéndole versos: es una amargura. Todo normal si el paisano fuera un adolescente, pero da la puñetera casualidad de que tiene más años que Matusalén y aproximadamente el mismo muelle. La diferencia es que el fati no ha impulsado ninguna ley anti-inmigración como el tal Sanford, hombre de orden hasta que una porteña le hizo llorar.

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