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Mostrando entradas de septiembre, 2008

La angustia del ignorante

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Un día me pregunté a dónde narices van los bytes cuando se cuelga el ordenador. Obviamente no encontré respuesta porque los bytes son apenas un concepto abstruso que un servidor no alcanza a comprender a pesar de haber tenido que explicarlo muchas veces a gente inocente. No es malo carecer de respuesta para las preguntas trascendentes que uno se hace porque en el ansia de saber va incluida la angustia del ignorante. Imagínate cómo andaría mi mente de burguesito provinciano para tratar de indagar sobre tamaña gilipollez pues todo el mundo sabe que los bytes son el cuerpo intangible de la globalización, o sea, el alma y «el alma sólo es de Dios», lo que traducido a nuestro tiempo equivale a Bill Gates. Claro que si no soy capaz de explicar a dónde van los bytes, cómo podré ayudar a averiguar el paradero de los cuatrocientos setenta mil millones de euros que se han volatilizado en Estados Unidos como consecuencia de las prácticas neoliberales del ganado que ha dirigido el imperio, cuarto

Cabreo

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El mundo anda caliente y acongojado por las negras tormentas que agitan los aires. Ha llegado el momento de las vacas flacas que es cuando, después de haberse llenado la buchaca a puñados, parte del empresariado más cutre quiere recoger el tenderete y echar a la calle al excedente de empleo (otra manera miserable de llamar al personal) que ahora no produce beneficios; claro que, si el gobierno de turno suelta la tela para pagar entre todos los enormes fajos de miles de millones de euros que aquellos «modélicos» gestores de la banca han dilapidado, pues todos tan contentos, los mercados de valores se calman y la cosa vuelve a ir más o menos. A eso lo llaman inyecciones de liquidez. Capitalismo sí pero no ahora que vienen torcidas: el presidente de la patronal pide a Zapatero «establecer un paréntesis en el libre mercado», el señor dice «paréntesis». Me encanta cómo habla. Y digo yo si habrá alguna expresión lo suficientemente malsonante para decir en román paladino «No me toque usted

Virtudes

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En España cuando uno triunfa, siempre hay un enterado que se encarga de buscarle los defectos, lo digo por José Tomás. En América no pasa (pienso en Sarah Palin que es la gobernadora de Alaska); tampoco en Marruecos (ahora voy por el clérigo que promueve las bodas con niñas de nueve años con edictos donde pondera a las crías porque «dan mejores prestaciones» que las veinteañeras, parece que habla de coches). Lo confieso, a mí los toros no me gustaban y a veces, si lo pienso con la cabeza de pensar me siguen horrorizando, pero un día de agosto vi al torero de Galapagar en la plaza de Cuenca sacando leche de una alcuza: me he vuelto creyente; lo siento por los antitaurinos y más aún por los seguidores de Perera, una auténtica legión que critica al republicano sólo por joder la marrana. Quede claro que todavía no me he inscrito en el partido de Bush, todo se andará, y que desde luego tampoco me he convertido al Islam, aunque nunca se puede decir de esta agua no beberé. El caso es que me

El tiempo equivocado

A veces en la vida, al igual que a Gamoneda, el tiempo nos llega equivocado; entonces me imagino a un cartero sideral, forrado de luces como los chinos de los juegos olímpicos, trayéndome una carta amarilla; el hombre, avergonzado, me pide disculpas de hinojos por haberla extraviado durante varias décadas en el cajón más cutre de la cartería del cielo. Yo lo perdono porque perdonar es humano y todavía me queda algo de eso, poco, aunque sé que lo que contiene el sobre es una cruda realidad que no me merezco. A Gamoneda, por ejemplo el cartero del cielo le trajo una vez hambre, miseria y un montón de oficios de mierda, en lugar de un asiento confortable en las aulas de la universidad de entonces, quizá por eso se queja del tiempo vivido al que mira con desprecio, no con nostalgia, y al que le gustaría borrar con una lluvia incesante a modo de rito purificador. Estoy convencido de que a muchos políticos de este país el tiempo también les ha llegado equivocado, a lo mejor por un defecto

Toros y ballenas

Lo bueno de tener chicos pequeños es que se aprende un huevo. Sin ir más lejos, el otro día aprendí que cada cual ve lo que quiere o lo que puede de cuanto le rodea; se trata de un fenómeno por el que el cerebro, guiado por criterios aún ignotos, es capaz de fijar toda la atención en determinados objetos mientras ignora otros. La tendencia a percibir unas u otras cosas podría explicar, además de la inteligencia, la personalidad de la gente con la que convivimos, o cómo un fulano de los que acudieron a la plaza de toros de Cuenca es capaz de ver la belleza en un natural de José Tomás sin sentirse conmovido por el abundante caudal de sangre que aflora a chorros en el lomo del toro. Si al individuo le da por ver lo bueno diremos que se trata de gente optimista a la que habría que incluir en el grupo de las personas con tendencia a ser felices aunque se caigan los pilares del cielo; si, por lo malo, estamos delante de un triste, un ser asustado ante el devenir de la vida, un pobre cretino