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Mostrando entradas de abril, 2008

Dylan

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Lo bueno de ir haciéndose mayor es que has coleccionado tal cantidad de cosas, de poemas, de vida, que sin apenas esfuerzo puedes descargar del saco que llevas a cuestas una frase, cualquier frase escogida al azar, y ponerla en no importa qué circunstancia para defender alguna causa perdida. Yo, que ahora estoy altamente preocupado por el sectarismo paleto de algunos de nuestros políticos de más renombre, he encendido el casete, aquel aparato de pilas que me trajo la novia de Canarias y he puesto la cinta. Sorprendentemente el cacharro funciona, muy mal, y lógicamente Dylan también; apenas si se le oye una voz de vieja borracha, que me encanta a pesar del puñetero reproductor que me trajera la novia de Tenerife. El americano chilla frases en una lengua que no entiendo, frases sobre el mismo aburrido acorde de guitarra; pero como soy tan antiguo me fascina, y más cuando me dicen que dice: «Cuántas orejas debe tener un hombre antes de que pueda oír a la gente». Ahora la concejala de mi

Querido Ángel Luis:

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Tenías que haber visto al hombre, parecía otro. No te voy a aburrir contándote quién es, tampoco te diré la razón exacta de su desasosiego; el caso es que ha resuelto sus conflictos familiares de la manera más increíble que te puedas imaginar, simplemente ya sabe cómo se llaman, los problemas tienen nombre y eso le ha calmado. Es sorprendente el valor terapéutico de las palabras. El guacho debía de tener algo porque los resultados académicos no eran, no son, lo que se dice brillantes; por eso, padre lo ha llevado del bigote hasta un profesional cuya decisiva intervención se ha limitado a escuchar un costal de despropósitos, a agruparlos según criterios arcanos y a ponerles nombre: trescientos euros. Creo que también le ha recetado unas pastillas oblongas que supuestamente le rebajan el nivel de incompetencia; en absoluto. Te cuento estas cosas porque sé que te gusta la lengua (y el jamón), y además porque te he leído ocupado en razonar sobre la pérdida de contenido de algunas de las g

Feo, refeo

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Hace un feo el hombre que pasa por la calle y contesta airado ante los comentarios desfavorables: «Bruja, te vas a enterar»; el tono se debe a que el señor feo es también maleducado y un poco botarate, por eso responde así a la crítica y no siente vergüenza de actuar a ojos vistas del personal. El consejero Valverde también hace feos; sin ir más lejos le ha hecho uno a Cuenca con el reparto de las facultades universitarias, llevándose la harina a su molino. Pero el excelentísimo señor consejero, don José, no debería tener motivos para insultar a los conquenses: gente de orden con una paciencia infinita; nada que no cure el tiempo. A Gabino H. (oficial de primera del comercio), le ha dado por estudiar el asunto; te puedo asegurar que el chaval al igual que don José feo no es; ignoro los motivos de tan absurda afición aunque quizá se deba a graves carencias educativas en su juventud, el pobrecillo estudió conmigo en Cuenca y algo pasaría, me pienso. «Menos rollo y al grano, ¿en qué cons

Melancolía

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Cuando la señora abrió la ventana fue porque el humo de los fritos hacía ya el ambiente irrespirable. Abrir una ventana es un gesto cotidiano, sencillo, una rutina que rompe el espacio en el interior de la casa y permite además que la vista divague con curiosidad por los paisajes que hay al fondo. Aunque no es habitual, con el humo, a veces la señora Catalina deja marchar unas pocas gotas de desidia sobre las espaldas del viento, luego respira antes de volver con más ánimos al puchero donde sazona, rehoga y cuece gran parte del tiempo de la mañana; si no fuera por la radio ahora llena de la pringue que salta desde las ondas y las sartenes… Muchos días, a la hora de comer no come; pero hoy ha puesto el mantel, el de algodón, sobre el que descansan milimétricamente alineados un único vaso, el plato de cristal y los cubiertos de acero inoxidable. La soledad se endurece al medio día. Hay también un pedazo del pan de ayer para acompañar el ruido que hace la cuchara al llenarse de sopa. Nad