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Mostrando entradas de marzo, 2010

Hartazón

Imagínate que durante todo un año te dan de comer lo mismo, por ejemplo huevos rotos con jamón. Un par de huevos sobre cama de patatas a lo pobre, ajo y una pizca de vinagre, con adorno de jamón retostado. A mí se me hace la boca agua. Y así un día y otro día. Imagínate que eso que tanto que te gusta también le gusta a tu vecino que es un poeta chuleta, y a otro de Valencia que añora aquello que su queridísima madre, la madre que lo parió, le preparaba con tanto cariño. Imagina que te empapelan el portal con versos endecasílabos abigarrados de metáforas simbolistas sobre el plato. Una vez al año lo celebran por todo lo alto con las oportunas subvenciones: el presidente de la comunidad organiza conciertos donde los nenes de la finca deleitan a la concurrencia con himnos grandiosos, se imprime un cartel donde aparece un dibujo grosero y un poco surrealista para pregonar el evento en los otros portales de la calle. Imagina, pero ten cuidado con el esfuerzo porque es peligroso. Según pasan

Ecología de celuloide

Muchos de nuestros jóvenes se han educado viendo en la televisión las películas pringosas de Walt Disney. En ellas, los nobles animalitos conviven con princesitas desgraciadas a las que una madrastra infame obliga a realizar tareas de plebeyos. A veces aparecen hombres, haraganes, que las enamoran y se las llevan en un caballo blanco hacia un indefinido horizonte. Pero a mí me gusta el cine de Disney. Me chiflan sus princesas y sus enanos cantarines. Me encanta el mensaje que flota entre nenúfares y cervatillos atontados bajo la bóveda del bosque. Este cine cumple una doble función, entretiene a la vez que consigue que nuestros niños ahormen su ideología a las necesidades del mercado; cine y palomitas, hamburguesas y perritos calientes, ecología de paloduz y derechos humanos para los bichos salvajes del campo. Menos mal que existe la Belén Esteban para recordarnos en qué país vivimos. Sin embargo, tras de la caspa de la napias bulle el reciento de la multinacional que nos incita a fab

Ruido mediático

Vivimos tiempos apasionantes, tiempos de cambio. Me fascina ver cómo la vida se nos hace más fácil y a la vez más compleja. Tenemos posibilidades ni siquiera imaginadas hace apenas veinte años. Pero el progreso, basado en la democracia, tiene un coste: nunca antes hubo tanto imbécil encaramado sobre la espalda de los medios de comunicación. Claro que de eso precisamente viven los medios, de llenar espacio con declaraciones de impacto donde no falte algún aserto ridículo pronunciado con gravedad. Me acuerdo que mi abuelo, el único que conocí, era un hombre parco en palabras. Vivió una guerra y sufrió por ello pero jamás me contó ninguna batalla; las he sabido después por referidos ajenos. Siempre he pensado que para mi suerte no podría vivir con la misma intensidad que mi abuelo el fatalismo español: no he perdido una guerra, ni he pasado hambre; tampoco veré a mis hijas sirviendo en casa ajena. Y, sobre todo, sé que la medicina paliará con más eficacia mis enfermedades. Si me comparo c

Hugo Chávez

Cuando un tipo como Hugo Chávez habla en público, o te partes de risa o te vas de vareta. Oigo en la radio al milico cantando una canción infantil y ha tenido que subir la vecina amenazando con llamar al 112 por el escándalo. La he invitado a pasar y a escuchar al presidente venezolano. Al final han venido los de urgencias con el maletín de reanimación porque mi vecina ha perdido el fuelle, vamos que se ha encanado. Qué suerte tienen en la República Bolivariana, un presidente tan simpático, tan gracioso. Lo de apoyar al terrorismo, nada, sólo indicios. Lo importante es la canción: «Arroz con leche. Me quiero casar con una viudita de la capital que sepa coser, que sepa bordar». Todos los venezolanos tirados en el suelo sujetándose la barriga, muertos de risa como mi vecina. ¿Todos? No, siempre habrá alguno que tenga el sentido común que le falta al botarate y al que le duela el absurdo, y terrible, espectáculo que se está dando. Que este individuo apoya el terrorismo no es una sospech