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Mostrando entradas de agosto, 2008

Aquella feria

Con las fiestas, los jóvenes de antaño se solazaban al borde de las atracciones feriales vestidos de domingo, impecables y con los bolsillos medio llenos del dinero que desaparece deprisa mientras escuchaban canciones de las que cuentan historias de amor. La gente cambiaba de un día para otro, pero también la ciudad; de repente, se convertía en una especie de luna rota en donde se reflejaban sus perspectivas adornadas con luces de colores: procesiones, toros, vino, norias pequeñitas y tómbolas. A veces había teatro, el Teatro Chino de Manolita Chen, un espectáculo al que acudí en varias ocasiones para reírme como un tonto ante la galería de espejos que se desplegaba en el escenario. El humo y el polvo son los mismos y sospecho que como entonces la ciudad se llenará de galanteos y noches muy largas. Digo sospecho porque ya no vivo la fiesta y apenas si acudo por paterna obligación a ver cómo los caballitos que suben y bajan dan vueltas sin fin alrededor de un cilindro en donde veo el re

Canícula

Afuera, en la calle, justo al lado de mi jardín secreto, florecen los girasoles dejando el paisaje lleno de rectángulos amarillos; mientras, los pájaros cantan y las nubes se levantan pero poco porque en estos dos meses no nos ha caído ni una gota de lluvia. Hace calor, un calor pegajoso que aplaco escondiéndome debajo de la sombra áspera de los pinos donde los insectos chirriantes se solazan. Es agosto, nada que hacer, nada que contar salvo las medallas olímpicas que traerán nuestros esforzados deportistas. Un buen libro a veces resuelve los problemas pero con este tiempo no me apetece, además, creo que tengo que ir al oculista porque estoy que no veo a tres en un burro, otra razón más para dormir. Duermo después de comer cuando me entrego en brazos de un tal Morfeo, duermo por la mañana acunado por el runrún de los comentaristas deportivos, duermo a la noche despatarrado delante del televisor viendo series televisivas de mucho éxito: cuanto menos haces más te cansas. Para combatirlo,

Abulia

Cuando llegan estas fechas se me aparece la tristeza envuelta en papel de plata, es una tristeza lánguida, una tristeza incompleta, vacua. Cuando aprieta, acostumbro a ahogarla en vino con gaseosa, mucha gaseosa fresquita, por lo que inevitablemente acabo llenándome de aire y haciendo pucheros (así llaman al lloro indolente que no termina de hervir en gritos). Sospecho que esta pena mía tiene mucho que ver con la lluvia de meteoritos que llaman lágrimas de San Lorenzo; sin embargo, no estoy muy seguro porque hay otras razones tan poderosas, quizá la más importante sea cómo veo que se me escapan los días sin llevar a cabo ni uno de mis proyectos soñados: tampoco iré a París a beber vino gabacho en el Pont Neuf mientras recito a Corneille de memoria, tendré que conformarme con veranear en Marbella; ando liado en una espiral sin fin de aburrimiento e indolencia. A los que mandan en esta región les ocurre algo parecido, viven en un sin vivir, pero con una sutil diferencia: tienen mono de

El botellón

Se ha levantado de muy mal humor. A lo mejor ha sido el garrafón de anoche. El café lo despierta; «si no fuera por el café…», piensa. Se viste. Hoy, más de treinta y cinco grados a la sombra; «menos mal que hay aire acondicionado». Enciende el aparato; no funciona. El malestar acrecienta el cabreo. Los funcionarios que lo saben huyen por lo rincones: «menudo viene éste». Cuando está así necesita un enemigo en el que centrar su ira. Los extremeños; no, el paleto de Suñé ya se ha encargado de ellos. No es un paleto, es un gilipollas. ¡Ah! Los catalanes suelen ser útiles para hacerse propaganda en el centro de España pero tal y como vienen los tiempos habría que cuidar las formas. En lugar de buscar enemigos, busquemos aliados. ¿Los viejos o los jóvenes? Jóvenes. Primero definir el marco de trabajo: qué es un joven, «a qué dedica el tiempo libre», qué fue antes el joven o la gallina. Las respuestas están en el periódico. Desde el punto de vista de un tal Vieco, concejal, un joven es un o