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Mostrando entradas de enero, 2009

Allá a lo lejos

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El tiempo, con la levedad de una vela, se alarga en estos días blanqueados y fríos. Ni siquiera en enero es normal que la nieve lo tape todo con su manto, pintando el campo de hielo picado y polvo de harina. El hombre, roto, se refugia en la casa mientras ve cómo el mundo de afuera continúa marchando al trantrán de las sonámbulas horas. Escucha una música tristona y toma la medicina. Hoy no apetece leer, ni escribir. Sólo dormir y dormir para que el tiempo pase de puntillas y no le arañen los segundos con las uñas. Ha llegado el momento del «no» y se yergue como puede pues le duele todo; entonces grita que no, que le trae al pairo lo que pase en Estados Unidos, que el problema lo tiene en la puerta de su casa o en el maldito curro y no hay nadie para resolverlo, nadie, ni san Obama ni san Obamo.  Cuando el «Prozac» empieza a hacer efecto, una sonrisa enigmática le aparece apenas dibujada en el rostro. Qué maravilla esta medicina que te forra de plástico para que el infortunio resbale h

La imagen

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Dominio, alegría y valor; tres virtudes que adornan a Sergio Galán. Dominio porque es capaz de controlar a sus caballos ante la embestida del toro. Alegría, una actitud ante la vida que es prima hermana del optimismo. Valor, se le supone como a todos los caballeros matadores. En su página web no se habla de estilo. Dominio, alegría, valor y estilo; todo se resume en torería y ¡olé! Pero a mí no me interesa. ¡Qué le vamos a hacer! Es que yo soy de José Tomás; además me parece que el toreo a lomos de caballo es de una presunción intolerable que otorga al caballero una injusta ventaja ante el «astado animal». Te cuento esto, tan rebién que diría mi abuela, porque la corporación de mi pueblo (que aspira a ser capital europea de la cultura en el 2016) ha decidido que el rejoneador madrileño sea la imagen de la candidatura, imagen que debería aparecer contrapeada, digo yo, sobre un fondo cultural donde los colores predominantes fueran el rojo de la sangre derramada y el amarillo del embebid

Guerras y dioses

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Cuando hace frío , mi dios suele instalarse en un sillón de orejas junto a la chimenea mientras con su espada flamígera aviva el fuego donde se asa la panceta; luego rodeado de amigos, dioses venidos de todos los confines del universo, juega al mus y bebe vino hasta las tantas de la madrugada. Este dios se parece a mí, lo he creado a mi imagen y comparte conmigo vicios y frustraciones. Es un dios utilitario que, « probablemente », no exista más que en mi imaginación. No me importa; mi dios no es dogmático, ni intolerante; no aspira a controlar voluntades ajenas ni quiere que nadie le rinda culto. No lo necesita porque tiene buenos amigos y todo el tiempo del mundo para ser feliz. Por eso mi dios no entiende la guerra de los autobuses donde unos y otros se arrojan hedonismo y pecado a manos llenas mientras los parados llegan ya a más de tres millones . En Palestina, hay también una guerra donde sí hay muertos, niños muertos, ancianos muertos, jóvenes muertos a centenares. Todo esto ocur

Cortesía

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El otro día , recién estrenado el año, llega uno de esos que andan por la vida con haiga oficial y en lugar de regalarme el oído con palabras zalameras me larga un «usted» que me agujereó el alma; al tipo sólo le faltó rematar el desprecio con un lacónico «caballero», pero a lo peor lo hizo a propósito. Debió de quedárseme cara de tonto el haba pues la intención de iniciar un diálogo provechoso para ambas partes me salió por la culata. Supongo que ya te has dado cuenta de que la frustración suele camuflarse muy bien en el tenebroso bosque de la mala leche. Así soy yo. El ardor de los langostinos, el garrafón y ahora esto; con lo bien que se me da doblar el espinazo gracias al Pilates. Lo bueno de tener amigos listos es que te sirven lo mismo para un roto y para un descosido. Me cuenta L. que la palabra «usted» tiene su auténtico origen en el lenguaje jergal, o sea, que venía a usarse como fórmula de cortesía entre rufianes y en consecuencia en la expresión había un cierto tonillo de c

Rebajas

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Ayer, en una tienda, me preguntaba frente a un espejo si el tipo del otro lado era o no era yo. «La duda ofende», me dije, «tiene mis ojos, mi poco pelo, e incluso la cicatriz en la frente que me hice de niño: ergo, soy yo». Allí, rodeado de maniquíes, no hallaba más razones para reconocerme en aquella imagen ligeramente cóncava que se movía aparentemente a mi gusto. «Sí, soy yo; además, pensará como yo». El continuo trajín me ocultaba entre quienes rebuscaban sonámbulos en los montones de ropa. «Si piensa como yo, actuará como yo». Tonterías, puesto que la caricatura que me miraba fijamente llevaba el reloj en la derecha, señalaba con la izquierda y no recuerdo haber oído su voz aunque esto quizá fuera por el impresionante guirigay que hay siempre en la bien provista sección de oportunidades. Claro que si no soy yo, a lo mejor es otro... Fue cuando me llené de miedos mientras me escondía tras un montón de calzoncillos divinamente estampados con florecitas amarillas. «Si no soy yo, qu