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Mostrando entradas de octubre, 2008

Derechos inalienables

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La gente se ha puesto de acuerdo . Es fantástico lo del niño « medicina »: concebir un hijo para salvar a otro. Todo el mundo lo celebra. Todo el mundo, no; la iglesia católica está en contra; yo, también. Te aseguro que no quiero condenar a nadie; es más, en circunstancias similares yo haría lo que fuera necesario para evitar el dolor y el sufrimiento a uno de los míos, máxime si lo que hace falta es apenas un trocito de cordón umbilical. Visto con los ojos del alma, mi solidaridad con estos padres y con cuantos tengan el mismo problema. Sin embargo, suponte una familia de feos, cosas de genética también, quién podría prohibir a esos frustrados padres el derecho a tener un hijo hermoso; o, peor aún, imagina una comisión interdisciplinar de médicos e histriones morcilleros reunidos en Las Vegas, Nevada, para negarle al tal George W. el derecho inalienable a tener un hijo superdotado, siendo el pobrecillo como es. Los columnistas (vaya porquería de palabra) se quiebran los sesos para d

Punto de inflexión

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Cuando la curva de la vida cambia de sentido, en ese mismo momento (se trata de un segundo despreciable), sabes que ya nada será igual y que acabarás, sin remedio, tomando pastillas. Se ha producido un punto de inflexión, dicen los geómetras listos. Tú estás tan tranquilo lavándote los dientes, es un decir, y ¡zas!, en mitad del espinazo aparece un dolor apenas perceptible, nimio, pero con la entidad suficiente como para hacerte volver la cabeza como si pudieras verlo; entonces exclamas: «¡jolines, que sensación más inesperada, cáspita!», o algo por el estilo, (ya sabes, todo depende de lo educado que seas; yo ladraría un taco enorme). Pues bien, con el auto de Baltasar Garzón ocurre lo mismo. Ha hecho algo que supone una ruptura con el pasado a pesar de que desde la prensa carpetovetónica se tilden sus decisiones de disparate esperpéntico. Ha tenido la osadía de declararse competente para juzgar los hechos de aquellos insurrectos que perpetraron el «alzamiento» estando como estaban

Héroes

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En Cuenca , hace muchos años, vivía Adolfo Bravo. Era un buen hombre, un poco botarate, pero buena gente. Tenía virtudes y defectos, como tú, quizá más virtudes; sin embargo, no tuve el gusto de tratarlo lo suficiente como para conocer la causa su desasosiego. Bravo era el último carlista de una larga retahíla de paisanos, a lo mejor por eso ni siquiera era tradicionalista, y de aquella anquilosada ideología apenas si reivindicaba la legitimidad dinástica, la boina colorada y el himno que cantaba a grandes voces cuando se lo pedíamos los guachos: entre todos, gracias al adoctrinamiento fascista de entonces, formábamos un orfeón esperpéntico: «Por Dios por la patria y el rey / lucharon nuestros padres. / Tatí, tatí». A veces, Bravo desaparecía de escena lo que coincidía siempre con la llegada de algún ministro de Franco; como crío jamás sospeché la razón de sus ausencias hasta que él mismo me contó cómo los policías lo detenían para que con su vozarrón de tenor no les soltase alguna fre

Todo sigue igual

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Andaba yo investigando con denuedo para poder por fin enterarme de los pormenores de la vida de la duquesa de Alba (pobrecilla, ¡con lo vieja que está y con novio!), cuando me vino a las mientes el deseo irrefrenable de pensar sobre la fugacidad de la vida. ¿Pillas la analogía? Por eso, angustiado, me eché a la calle donde pude comprobar cómo los arbolitos amarillos dejaban caer con levedad sus hojas yertas, quemados los pedúnculos por el cuchillo del frío. ¿Sabes?, estaba deprimido por la cosa de la bolsa, por eso colegí que había llegado el tiempo del otoño que es cuando los insectos mueren porque el sol se ha vuelto perezoso, la atmósfera se limpia y se ve más lejos. Craso error, después, mientras deambulaba sorteando la pringue de las aceras cuyos churretes encuentran sus ancestrales raíces en la tradicional vaquilla, la reflexión devino en desasosiego al comprobar in situ cómo aquellos bichos que llamamos cucarachas prefieren los lugares que a nosotros nos repugnan para poder qui