Derechos inalienables

La gente se ha puesto de acuerdo. Es fantástico lo del niño «medicina»: concebir un hijo para salvar a otro. Todo el mundo lo celebra. Todo el mundo, no; la iglesia católica está en contra; yo, también. Te aseguro que no quiero condenar a nadie; es más, en circunstancias similares yo haría lo que fuera necesario para evitar el dolor y el sufrimiento a uno de los míos, máxime si lo que hace falta es apenas un trocito de cordón umbilical. Visto con los ojos del alma, mi solidaridad con estos padres y con cuantos tengan el mismo problema. Sin embargo, suponte una familia de feos, cosas de genética también, quién podría prohibir a esos frustrados padres el derecho a tener un hijo hermoso; o, peor aún, imagina una comisión interdisciplinar de médicos e histriones morcilleros reunidos en Las Vegas, Nevada, para negarle al tal George W. el derecho inalienable a tener un hijo superdotado, siendo el pobrecillo como es.
Los columnistas (vaya porquería de palabra) se quiebran los sesos para defender a los padres de Javier, el salvador de su hermano, y de paso echarles algunas coplas revenidas a los curas. Bien por las coplas, me chifla la literatura, pero podrían reflexionar un poco y reconocer que estamos sentando las bases que permitirán un posterior desarrollo de la cosa (risas) que describía Aldous Huxley, quien publicó una angustiosa novela donde los protagonistas eran, además de la gente guapa y lista que hay en todas partes, curritos concebidos sólo para trabajar las infectas profundidades donde sobrevivían a base de drogas, soma se llamaba aquella, no cerveza.

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