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Mostrando entradas de septiembre, 2009

La caja

Pedrillo cada vez que me ve, ere que erre, me presiona para que hable de lo que a él le interesa. Ahora le ha dado por la Caja de Catilla-La Mancha: «No eres suficientemente crítico con el tema, chaval; van a venir los vascos con sus boinas de billetes de quinientos y nos la van a quitar de las manos. Y mientras tanto tú ahí tan calladito, hablando de gilipolleces que no le interesan a nadie. Si tuvieras vergüenza, eso, si tuvieras vergüenza le arrimabas un buen palo al inútil de Zapatero; él es el que tiene la culpa». Pedrillo, le digo, primero y principal, tienes que saber que un servidor no es más que un modesto aficionado como tantos a escribir de obviedades con toques solemnes y pasteleros; los segundo, que si hay que arrimarle a Zapatero se le da pero la Caja no se la ha cargado el presidente precisamente, recuerda que en el arcón de los cuartos ha metido mucha gente la mano tonta, gente afiliada a Samparamí que es el partido mayoritario en este universo mundo (y por lo tanto en

Auctoritas

En mi pueblo había un tipo, Marcial, que tenía muchas hijas. No, hijos, ninguno. Vivían todos de lo sacaban despachando vino y creo que con cierta holgura porque a la gente le gustaba ir al bar a hablar de cosas y a comer olivas. Me han dicho que Marcial trabajó desde su juventud detrás de la barra para sacar a delante a la prole, no sé cuánto pencó porque siempre lo recuerdo viejo y cansado, sentado en una silla de anea y mandándoles a las hijas con su voz de repetidora: oyes, que ti tú despacha a éste; oyes, que si tú friegas los vasos; o, mismamente, diciendo a la parienta con una firmeza inexplicable que friese los calamares con poco aceite. Marcial tenía autoridad; dicho y hecho, sin rechistar; una autoridad que ahora llamaríamos liderazgo (por decir) que es cuando el mérito no está en mandar, sino en que te obedezcan. Al viejo, las hijas lo querían, lo respetaban y, no sé por qué, lo obedecían; su «auctoritas» no necesitaba de sindicatos, ni de Esperanzas, le bastaba con haber in

Ratones

Estaba viendo la tele, supongo que alguna gilipollez de la Belén Esteban y su comadre la Campanario; digo que estaba delante de la tele, pensando en cómo hemos llegado a ser tan imbéciles, cuando vi moverse un bicho pequeñito: apenas dos o tres centímetros de alzada, es difícil precisar más, pasó como una exhalación, fue visto y no visto. Con el tiempo he sabido que era un ratón, un ratoncito de campo, un animalillo gris que me está amargando la vida con la horrible costumbre de dejar constancia de su presencia por donde pasa. No, ruido no hace mucho, por la noche apenas si oigo los chillidos ahogados de los protagonistas de las novelas del siglo XIX antes de ser digeridos. Aunque lo peor no es que se coma a Emma Bovary, lo peor es que lo deja todo perdido de excrementos; el ratón siempre fue libre: la libertad verdadera consiste en llenar la ciudad de mierda, según preconizaba el sabio Beodo. He comprado veneno, unas pastillitas de efecto retardado por si hay más de uno; cepos, ocho

Olor a mar

El verano se me ha acabado. Ha sido visto y no visto. He vuelto empapado en cremas protectoras y en frustraciones, de ahí lo del gesto adusto; o sea, que he venido quemado y cabreado. Inmediatamente me he puesto a la inmensa tarea de retomar el trabajo atrasado. Fichar por la mañana a la hora en punto, clasificar y repartir impresos por todo el edificio, sellar debidamente los documentos, escribir al dictado de un incompetente, guardar en la papelera... Si eres oficinista no te voy a contar el enorme lío que llevo con los papeles; si no lo eres, por mucho que lo intentes no lo vas a entender. Al regresar he comprobado que la Marivane sigue igual de hermosa, pobrecilla, qué lástima de mujer; el Leovigildo, ¡ea!, imagínatelo argumentando con vehemencia contra el señor director. Todavía no te he dicho que en el despacho somos tres y un poto; como hermanos, así nos llevábamos antaño; yo soy el más viejo, la Vane es la joven. Todos solteros. ¿Como hermanos?, ya no; desde hace unos años no s