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Mostrando entradas de julio, 2010

Cuento

No sé si ya te sabes el cuento del caballero que se pasó la vida buscando dragones. Recorrió el mundo en su espléndido corcel y aprendió todo lo que se puede aprender de la caza de esos bichos: sus puntos débiles, el olor de su sangre viscosa, la dureza de sus descomunales escamas. Una vieja babosa le confesó el lugar donde se halla el sitio exacto para darles muerte y otra le preparó un brebaje con el que entontecerlos antes de remangarse para darles matarile. Sus hazañas fueron cantadas por la gente que lo admiraba por su inteligencia y coraje. Jamás vio un dragón. El pringado se hizo viejo poco a poco, --los dioses, dueños del tiempo, no quieren que nadie se libre de su huella--, y ya no podía recorrer los caminos a causa del dolor de huesos que produce el roce de la armadura. Un día de invierno, cuando el campo estaba blanco como la leche en polvo, se instaló en un establo que había a las afueras de un pueblecito; allí con paciencia y subvenciones reparó el edificio, puso puerta,

ECO

S egún lo duro que sea un cuerpo, así reverbera el sonido cuando impacta contra él. Es pura física. Una pared de piedra en un angosto acantilado alarga la vocal de la última sílaba de manera indefinida lo que provoca mucha risa en los nenes cuando gritan «ECO» y el eco responde. En cambio, si el cuerpo en donde se estrella la palabra, cualquier palabra, es flojo y mantecoso, el sonido merma y desaparece como por ensalmo embebidas las vocales por los pliegues de la materia que lo reviste, extinguiéndose de una vez. A este eco lo podríamos llamar apagado o eco exangüe, sin fuste. Servidor está convencido de que Maria NO Rajoy no vibra porque está forrado de materia absorbente dispuesta de tal modo que es imposible que refleje el sonido del disparo de un cañón de artillería. Por eso, cuando a ese caparazón le llega la voz de ayuda desde el Gobierno de España, el sonido se le queda entre piel y piel, embutido en la zona en donde le nacen los pelillos de la tripa. Pero, afirmo

Metáforas

He comprado un reloj que anda al revés, quiero decir en sentido opuesto al de las agujas de un reloj. Para compensar la estupidez, han dispuesto los números en modo espejo; o sea, han colocado el diez donde debería estar el dos y el cuatro en el lugar del ocho. Mi inteligencia, acostumbrada a rutinas aprendidas, sufre al intentar desentrañar la hora propuesta por el invento, tanto que lo utilizo por las mañanas para despertarme, por las tardes para dormirme y por la noche, ¡ay por la noche!, para consolarme pues parece que va restando las horas en lugar de sumarlas. El nuevo reloj de mi salón es una metáfora, lo que todavía no sé es cuál es el sentido figurado del objeto. Quizá hable de que el tiempo es una quimera que anda libre a pesar de que queramos embutirlo entre dos agujas, o que el desorden en el que vivimos no lo es sino que lo parece porque la esfera señala las horas cuando corresponde y no incumple las exigencias de quien fuera el primer inventor de la doble docena para en