ECO

Según lo duro que sea un cuerpo, así reverbera el sonido cuando impacta contra él. Es pura física. Una pared de piedra en un angosto acantilado alarga la vocal de la última sílaba de manera indefinida lo que provoca mucha risa en los nenes cuando gritan «ECO» y el eco responde. En cambio, si el cuerpo en donde se estrella la palabra, cualquier palabra, es flojo y mantecoso, el sonido merma y desaparece como por ensalmo embebidas las vocales por los pliegues de la materia que lo reviste, extinguiéndose de una vez. A este eco lo podríamos llamar apagado o eco exangüe, sin fuste.
Servidor está convencido de que MariaNO Rajoy no vibra porque está forrado de materia absorbente dispuesta de tal modo que es imposible que refleje el sonido del disparo de un cañón de artillería. Por eso, cuando a ese caparazón le llega la voz de ayuda desde el Gobierno de España, el sonido se le queda entre piel y piel, embutido en la zona en donde le nacen los pelillos de la tripa. Pero, afirmo, no hay mala fe, ni segunda intención. Jamás en la vida, lo juro por estas, el augusto líder ha soñado en esconderse; es, sólo, que no lo oye porque si Zapatero le dijera, es un suponer: «Excelso estadista, ayúdame a sacar al país de la crisis, échame una maNO», su cuerpo apagado generaría el eco de un NO fofo, casi inaudible salvo para alguien cercano, como por ejemplo María de los Dolores Cospedal, la emperatriz de Babia, cuando se le coloca en el escaño contiguo a verlas venir.

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