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Mostrando entradas de noviembre, 2008

Ley seca

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Cuando el diablo no tiene nada que hacer, mata moscas con el rabo. Te lo digo como lo siento. Pues, ¡no va la corporación de mi pueblo y aprueba una ley más seca que la mojama! De diez de la noche (cuando cierran los hipermercados) a siete de la mañana (cuando abren las churrerías), queda terminantemente prohibido beber alcohol en cualquier establecimiento, incluidos restaurantes y, por supuesto, bares. Aquí va un taco gordo. A mí me gusta el vino, tampoco es que me pase, pero un vasito o dos son imprescindibles para disfrutar de la cena. ¿Te imaginas una ración de morteruelo del país a las tantas de la noche regada con abundante picacola light o, peor todavía, con fantanaranja?; ¡qué asco! Ya lo he dicho y no lo vuelvo a repetir: me gusta el vino y si es de la tierra mejor (se admiten donaciones), y que ahora venga una recua de puritanos a joder la marrana, a mis años. «Fran», ¡es que se me enciende la sangre! Claro que bien mirado, aquí hay tajada. Se trata de abrir una tienda/gasol

Timos

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Un día llegó el del banco a casa de la tía Carmen. De tan atildado, parecía un figurín: traje, corbata y zapatos de un lustre inusitado. Tía Carmen, dijo el presumido, todos los cuartos que ha escondido debajo del colchón y que no le producen nada pueden invertirse en fondos solventes con un interés mínimo del equis por ciento; usted no tiene que hacer nada, déjenos a nosotros. La única condición, prosiguió el pimpollo, es que meta los billetes en nuestra cesta (digo, sucursal) y espere pacientemente a que le lleguen los dividendos al final de ejercicio. La tía Carmen desconfió del de la corbata: ella no tenía los dineros debajo el colchón, sino que los había escondido en la alacena, dentro de una lata de galletas; además, no entendía las palabrotas que usaba el guaperas. La tía Carmen es vieja, tanto que en las arrugas de la cara cabría un avemaría; y, aunque desconfiada, vio en el presumido un buen fondo por lo que desechó la idea de que tuviera segunda intención; el tipo sólo parec

Aznar-Bush

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La libertad es una entelequia que se fundamenta en la necesidad que tiene el hombre de independizarse de los dioses. Vamos, que digo yo. Pero, en tanto que un fin, la libertad no existe. ¿No existe? Aznar, haciendo uso de su proverbial independencia, escribía ayer en Le Figaro que se ha recuperado la libertad en algunos países donde hoy se puede votar. ¡Tatí, tatí!, Gracias a Bush, el libertador; chúpate esa. El artículo, en puro gabacho, es un compendio de trivialidades cogidas por los pelos para concluir que el futuro jubilado de la «White House» hace muy rebién en defender la libertad de mercado como solución a todas las desgracias que esta libertad de mercado ha generado. Fantástico. En realidad acaba con otra necedad que me niego a reproducir . Aznar, el pobrecillo, es un liberal. Pero no se confunda usted señora, porque en esto de la defensa de las libertades existen matices que es preciso definir para saber dónde leches estamos. El caso es que el liberal José María se metió ha

Fortuna

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La vida del hombre se asemeja al péndulo de un reloj de ídem. Unas veces vienen buenas y otras no. La auténtica diferencia entre las personas consiste en la amplitud del arco oscilante; apenas unos pocos grados te pueden hacer inmensamente feliz o terriblemente desdichado. Los antiguos representaban los cambios de estado con una rueda, la voluble fortuna, que gira a su antojo dejando arriba los momentos buenos; la analogía es quizá más feliz puesto que entonces era fácil engañar al destino si podías alejarte levemente y contemplar la alocada rotación desde fuera; para eso estaban los conventos. Pero, en mi ejemplo, ese alejamiento brechtiano es absolutamente quimérico porque el hilo inextensible es el armazón donde anda amarrada la vida y, si te repliegas entre las amplias paredes de una celda conventual, se acabó lo que se daba. Además del péndulo de reloj, existe otro esférico llamado de Foucault que tiene la particularidad de girar siguiendo la rotación de la tierra por lo que el

El voto

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Todavía no lo he decidido, pero el primer martes después del primer lunes de noviembre pienso votar. No me importa no tener derecho a ejercer tan sagrado deber, voy a votar mirando fijamente la urna de papel e introduciendo un poquito de libertad en su sacrosanto seno. ¿Pero a quién? Sin duda a la Palin porque, si gana, lo que nos vamos a reír cuando describa en voz alta la realidad mundial desde su muy particular punto de vista; aunque si le da por invadir algo lo mismo nos la lía. ¡Bah!, da igual, a la Plain, por supuesto. Claro que en el paquete viene de regalo un ancianito un poco chusco. Entonces no, lo siento mucho pero a la Sarah Palin, no. ¿Al Obama, quizás? Tampoco, porque dice que lo va a cambiar todo y, quita quita, no estoy para cambios que lo dejan todo revuelto. Decidido: votaré al alcalde de mi pueblo. Ese sí que sí. Se me ha hecho viajero y besucón; que si ahora se hermana con unos; pasado mañana, con otros; creo que sólo pone una condición, que el pariente ande lejos;