Fortuna

La vida del hombre se asemeja al péndulo de un reloj de ídem. Unas veces vienen buenas y otras no. La auténtica diferencia entre las personas consiste en la amplitud del arco oscilante; apenas unos pocos grados te pueden hacer inmensamente feliz o terriblemente desdichado. Los antiguos representaban los cambios de estado con una rueda, la voluble fortuna, que gira a su antojo dejando arriba los momentos buenos; la analogía es quizá más feliz puesto que entonces era fácil engañar al destino si podías alejarte levemente y contemplar la alocada rotación desde fuera; para eso estaban los conventos. Pero, en mi ejemplo, ese alejamiento brechtiano es absolutamente quimérico porque el hilo inextensible es el armazón donde anda amarrada la vida y, si te repliegas entre las amplias paredes de una celda conventual, se acabó lo que se daba.
Además del péndulo de reloj, existe otro esférico llamado de Foucault que tiene la particularidad de girar siguiendo la rotación de la tierra por lo que el vaivén parece combinar una rueda tumbada con el ir y venir de una pesada bola. Ese caminar puede ser utilizado, también, para marcar las horas del día y de la noche siempre que haya algún tipo de energía capaz de contrarrestar la fricción del aire.
He aquí los dos grandes problemas de la humanidad: el paso del tiempo y la búsqueda de la felicidad. Aunque el paso del tiempo puede ser medido, no puede ser evitado. La felicidad, sin embargo, se mantiene si eres capaz de detener la bola y cuentas con un amigo en el gobierno que te evite el guantazo.

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