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Mostrando entradas de mayo, 2009

La Tribuna

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Aunque sea más falso que un grabado de Dalí, me apetece decir que la prensa es un baluarte de libertad en el árido paisaje de la política. Sé que no es verdad, pero creo que es posible: esa es la virtualidad de un periódico, una de las convenciones por las que nos ponemos cada día a la lectura de sus páginas. Como no estoy muy seguro de lo que digo, leo frases escritas por grandes hombres defendiendo a los medios, su pluralidad e independencia; curiosamente estos mismos próceres suelen intentar a la vez y bajo mano el control de la información que los medios producen. Conclusión: no es verdad lo de la libertad ni lo de la pluralidad, no existe la independencia porque el control de la información es poder; sin embargo, aún me conmueven las noticias sobre el cierre de algún medio de comunicación. La crisis se lleva a la Tribuna de Cuenca y a la de Guadalajara. Y lo siento, no porque se acabe la competencia que dicen que es enriquecedora (milongas), ni porque se resienta la diversidad en

Votar Europa

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Se abre el telón. Un impresentable comparece en rueda de prensa. El tipo niega su responsabilidad en el asunto, alude a un supuesto compañerismo con los condenados; sale haciendo mutis. Otro día. También se abre el telón, una señora muy bien educada tilda a los adversarios políticos de «hijos de puta»; el tenderete se cae con estrépito. En otro lugar se inicia otro espectáculo: un botarate afirma sin vergüenza (sinvergüenza) que tiene las claves que resolverán el problema económico del mundo mundial y los periódicos lo cuentan; pocos medios informan sobre que la ideología neoconservadora de este otro bigotes ha sido la responsable de la gran hecatombe. Se abre el telón. Aparece en el horizonte Europa. Divina, pero imprecisa. La diosa espera que tú elijas a quienes harán posible un futuro mejor. Lo sabes: Europa es el presente y el futuro, aunque estás cansado de que estas elecciones se planteen en clave interna, como si al votar a uno o a otro eligieras al futuro presidente de España.

Soberbia

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Dice uno muy listo en un libro gordo que la soberbia es una enfermedad muy mala que se contrae de pequeño, (el tipo estudió con Carlos Castilla del Pino, una eminencia). Si le hacemos caso, podríamos afirmar que la soberbia es una afección pediátrica. El enterado prosigue: «el virus se propaga muy bien en los ambientes consentidores de padres ausentes». El caballero, con un rollo insoportable, continúa: «entre los efectos más terribles de esta enfermedad hay que destacar que el paciente infectado permanece infante durante toda la vida». En consecuencia, no se trata de una dolencia mortal de necesidad pues la existencia del enfermo puede ser larga o corta en función de otros parámetros; pero, si no se interviene a tiempo, es muy probable que los bichos que la producen se enquisten en mitad del espinazo y el afectado se quede niño y tieso para los restos. «Además la soberbia se pega», dijo, «en este acto no es posible explicar con detalle los mecanismos del contagio pero», expresó con ve

Lectores

Los tomilleros gustaban atisbar desde los matojos los trabajos de Eros y, quizá, eran capaces de sentirse protagonistas de una historia tan real como imposible para su impresentable fisonomía. Los tomilleros miraban a los novios rastreros porque no disfrutaban leyendo; si hubieran sabido del gusto que proporcionan los libros (un gusto a limón y yerbabuena), a lo mejor no habrían pasado los años mozos con la barriga arañada por las aliagas. Ergo, un lector es un tomillero redimido. Aunque paradójicamente nadie habla de la calidad del tomillero, sí hay quien distingue entre buenos y malos lectores quizá porque al fulano se encanta despachar diplomas, ¡como si fuera mérito exhibir un vicio!; además, de paso, se da importancia. O si no que se lo pregunten al tío Sinforoso, cuando llegó aquella vendedora piernicorta con el fajo de calendarios a amargarle la existencia con el cuento de que debajo de cada fecha había lunas y santos. El viejo anduvo espulgando entre los meses, día por día, al

Días de ratones

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Había comprado un veneno buenísimo para los ratones; ya sabes, ecológico, biodegradable; testado en los mejores laboratorios para que los bichos de las narices se mueran sin mucho alboroto, dulcemente. Un dineral. Es carísimo tener conciencia, te lo digo como lo siento. Provisto de guantes, mascarilla como la de los griposos y gorra con el logotipo de unos piensos compuestos para gallinas se personó en el cuchitril en donde estos seres crían. Dos tabletas bajo una teja y otras dos entre los sacos roídos; todo era esmero, al fin y al cabo el embajador de la parca debe mostrar la adecuada diligencia para anunciarla. Los ratones aún no saben la que les espera, por eso trajinan entre montones de ropas viejas, por encima de facturas antiguas de la luz o de poemas crudos, de esos que esperan a que el tiempo les arranque los versos a fuerza de olvido. El tipo, quizá tú mismo, no tiene ganas de pensar: está harto del olor, de los montones de diminutas partículas, harto de ratones deshaciéndol