Lectores

Los tomilleros gustaban atisbar desde los matojos los trabajos de Eros y, quizá, eran capaces de sentirse protagonistas de una historia tan real como imposible para su impresentable fisonomía. Los tomilleros miraban a los novios rastreros porque no disfrutaban leyendo; si hubieran sabido del gusto que proporcionan los libros (un gusto a limón y yerbabuena), a lo mejor no habrían pasado los años mozos con la barriga arañada por las aliagas. Ergo, un lector es un tomillero redimido.
Aunque paradójicamente nadie habla de la calidad del tomillero, sí hay quien distingue entre buenos y malos lectores quizá porque al fulano se encanta despachar diplomas, ¡como si fuera mérito exhibir un vicio!; además, de paso, se da importancia. O si no que se lo pregunten al tío Sinforoso, cuando llegó aquella vendedora piernicorta con el fajo de calendarios a amargarle la existencia con el cuento de que debajo de cada fecha había lunas y santos. El viejo anduvo espulgando entre los meses, día por día, al patrón de los desgraciados, lógicamente Sinforoso, y como no lo encontró echó el almanaque a la lumbre, donde la parienta se calentaba las cabrillas; a la tiota del Espigas y Azucenas la echó a la calle. Después, dicen, tuvo que encamarse medio invierno para recuperarse del sofoco.
A lo que íbamos y sin ánimo de herir (me encomiendo a San Sinforoso abogado de los que evitan la ofensa a un superior), me da a mí que eso de la lectura no puede ser bueno porque engorda y además, dice la vieja Virtudes, es muy mala para la cosa de la próstata.

Comentarios

Entradas más populares

Carta a un niño del Colegio Ramón y Cajal (Cuenca)

Carta abierta al Presidente de Castilla-La Mancha

No me rindo