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Mostrando entradas de mayo, 2010

Niños

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Cuando te quieras reír de alguien, no te fijes en sus defectos, imagínatelo de pequeño, con babero del colegio. Piensa en si tenía cara de pillo o de empollón. Si te quieres reír más, trata de adivinar cómo era, si gilipollas o más listo que el hambre. Luego, piensa en cuál sería su comportamiento contigo si hubiera sido tu compañero de clase, si te habría dejado copiar los afluentes del Guadiana por la derecha, si te encubriría cuando hicieses una trastada o si te tocaría a ti salvarlo de las iras de algún maestro cabreado. Cuando te quieras reír de alguien, por no llorar, no te fijes en sus defectos. Piensa en cómo te iría con él en la discoteca, en si le confiarías un secreto inconfesable o, simplemente en si aguantarías a su lado cinco minutos eternos en silencio, mirando cómo pasa el tiempo tontamente. A mí, ahora, no me entran ganas de reír; todo lo contrario, por eso me cuesta imaginarme a algunos de nuestros próceres vestidos de comunión, mirando con arrobo a la cámara de un f

Diente de ajo

El facherío ha decidido contribuir al crecimiento de la industria española, o china, no sé. Te lo digo como lo pienso. Han inventado un artefacto, electrodoméstico, para esparcir caquita de perro en una única dirección, todo ello debidamente controlado. El cacharro sería algo así como un ventilador de flujo continuo, alimentado por una batería de rabia infinita debidamente engrasada con pringue de chorizo. Un invento del TBO. Si el cacharro te apunta con su dedo invisible, estás muerto. Sólo te queda rezar y, quién sabe, lo mismo te salvas. Pero no, la ira del señor que gobierna los fétidos flujos es infinita. Da igual que te llames Garzón o Javier Krahe, date por jodido. Dónde ponen el ojo, ponen la mierda. Si llevas pañuelo en la cabeza, malo; si quieres juzgar al franquismo, peor, mucho peor; si vas a la escuela pública, a la hoguera. Y que no te dé por escribir. El caso es fastidiar. Ellos dictan las normas según su estricta moral, siempre tan flexible -¿ cómo dices que se llamaba

El clavo

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Tú tienes un clavo, un clavo pequeñito con cabeza plana. Eres el dueño, puedes hacer con él lo que quieras: reparar una puerta agrietada, ponerlo debajo de la rueda del mercedes del vecino, tirarlo a la basura... El clavo no va a crecer ni a menguar, y si lo hace a ti te da lo mismo. Es un clavo. Nada, la mínima expresión de una tecnología que llega de la edad de los metales. Si lo pierdes puedes comprar más, kilos si quieres, y exhibirlos en una exposición de arte contemporáneo agujereando una copa de cristal de Bohemia. Conozco a uno, un excéntrico, que se ha puesto el clavo en la solapa de la chaqueta a modo de pin exótico. Va enseñando el clavo a todo el mundo para que la gente vea que lo tiene. Es feliz, no hace daño a nadie. Qué importa que se vanaglorie de tan exiguas posesiones. Pero como la gente es muy mala, siempre hay quien le explica al moroño que tener un clavo es una sandez, y que adornarse con esa fruslería es presunción. Pero ni por esas, no lo entiende y cree que es l

Cuentos

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La llave de la habitación prohibida de Barba Azul descansa sobre la cómoda. Al fondo del pasillo, el territorio exclusivo del marido, el lugar donde se pudren los cadáveres de las otras esposas. Si hacemos caso a los que saben, los cuentos tradicionales no enseñan nada, van dirigidos al universo simbólico de los niños (no sé si para ellos también de las niñas), donde anidan como las ratas en mi gallinero. En la misma calle vive Caperucita con su mamá. Lo más seguro es que el padre esté trabajando lejos; en los cuentos, casi todos los padres son leñadores o reyes de reinos lejanos. La madre prepara, cosa de madres, una torta para llevársela a la abuelita que vive a tomar por saco, sola, a lo mejor guisando para los hombres que habitan las entrañas del bosque. Caperucita es rubia, un proyecto de mujer: una niña hermosa, un poquito alocada. Piaget diría que la guacha tiene un pensamiento simbólico en donde las palabras trascienden su significado. El lobo, al igual que Barba Azul, repres

Radikal

Todo para que no se hable de la trama Gürtel. Yo estuve el sábado pasado en la Puerta del Sol. No había ido a propósito pero acabé tras un quiosco de lotería sin poder ver el escenario donde se leía el manifiesto. Vi media docena de banderas republicanas ondear bajo el balcón del Gobernación (quiero decir el palacio de la lideresa); tengo fotos. Éramos miles, muchos, en silencio. Pedíamos verdad, justicia y reparación a las víctimas del franquismo, palabras que resumen la necesidad de sacar a ciento trece mil muertos de cunetas y descampados, y darles digna sepultura. Yo estuve allí, con el corazón en un puño; uno más entre tantos. Al día siguiente un periódico ilustraba la manifestación con imágenes de payasos y jabalíes (cerdos salvajes); era el principio de lo que se avecinaba, un desprecio más. En el telediario, otro de los amiguitos de Camps (González Pons) nos llamaba radicales porque había banderas republicanas, media docena. Pienso en las palabras del diputado valenciano. Me ac