Diente de ajo

El facherío ha decidido contribuir al crecimiento de la industria española, o china, no sé. Te lo digo como lo pienso. Han inventado un artefacto, electrodoméstico, para esparcir caquita de perro en una única dirección, todo ello debidamente controlado. El cacharro sería algo así como un ventilador de flujo continuo, alimentado por una batería de rabia infinita debidamente engrasada con pringue de chorizo. Un invento del TBO.
Si el cacharro te apunta con su dedo invisible, estás muerto. Sólo te queda rezar y, quién sabe, lo mismo te salvas. Pero no, la ira del señor que gobierna los fétidos flujos es infinita. Da igual que te llames Garzón o Javier Krahe, date por jodido. Dónde ponen el ojo, ponen la mierda. Si llevas pañuelo en la cabeza, malo; si quieres juzgar al franquismo, peor, mucho peor; si vas a la escuela pública, a la hoguera. Y que no te dé por escribir. El caso es fastidiar. Ellos dictan las normas según su estricta moral, siempre tan flexible -¿cómo dices que se llamaba el fundador de los legionarios de Cristo?-; y si no te sometes (sensu stricto), te aplican el código penal de cuando vivía el Torquemada y te mandan al infierno de punta cabeza.
El rojerío habla de rearme moral contra estos: Rita (la petarda), el meapilas de Camps, la de Babia (Cospedal), la asociación de no sé qué leches. Nada. No es necesario. Sólo, diente de ajo como dice el cantante susodicho: Contra los frustrados, diente de ajo; contra los integristas, diente de ajo; ¿y contra los mangantes? Pregunto; ¿contra los mangantes, qué hacemos, Mariano?

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