El clavo


Tú tienes un clavo, un clavo pequeñito con cabeza plana. Eres el dueño, puedes hacer con él lo que quieras: reparar una puerta agrietada, ponerlo debajo de la rueda del mercedes del vecino, tirarlo a la basura... El clavo no va a crecer ni a menguar, y si lo hace a ti te da lo mismo. Es un clavo. Nada, la mínima expresión de una tecnología que llega de la edad de los metales. Si lo pierdes puedes comprar más, kilos si quieres, y exhibirlos en una exposición de arte contemporáneo agujereando una copa de cristal de Bohemia.



Conozco a uno, un excéntrico, que se ha puesto el clavo en la solapa de la chaqueta a modo de pin exótico. Va enseñando el clavo a todo el mundo para que la gente vea que lo tiene. Es feliz, no hace daño a nadie. Qué importa que se vanaglorie de tan exiguas posesiones. Pero como la gente es muy mala, siempre hay quien le explica al moroño que tener un clavo es una sandez, y que adornarse con esa fruslería es presunción. Pero ni por esas, no lo entiende y cree que es la envidia la que dispara la lengua del censor.



A mí me da lo mismo lo que piensen ambos. Si se ponen clavos, si los tiran o si revientan de envidia. Yo, en realidad quería meterme con el gobierno de España que para eso está y más ahora que me ha mordido el sueldo un equis por ciento en beneficio de la banca y hasta de la Pantoja. Oyes, presidente, que así no, ¿sabes?

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Igual que con el clavo, cada uno se mete con quien le da la gana; pero puestos a meternos yo me metería con el capital. arturo luján

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