Soberbia

Dice uno muy listo en un libro gordo que la soberbia es una enfermedad muy mala que se contrae de pequeño, (el tipo estudió con Carlos Castilla del Pino, una eminencia). Si le hacemos caso, podríamos afirmar que la soberbia es una afección pediátrica. El enterado prosigue: «el virus se propaga muy bien en los ambientes consentidores de padres ausentes». El caballero, con un rollo insoportable, continúa: «entre los efectos más terribles de esta enfermedad hay que destacar que el paciente infectado permanece infante durante toda la vida». En consecuencia, no se trata de una dolencia mortal de necesidad pues la existencia del enfermo puede ser larga o corta en función de otros parámetros; pero, si no se interviene a tiempo, es muy probable que los bichos que la producen se enquisten en mitad del espinazo y el afectado se quede niño y tieso para los restos. «Además la soberbia se pega», dijo, «en este acto no es posible explicar con detalle los mecanismos del contagio pero», expresó con vehemencia, «se pega; no es preciso demostrarlo: es un axioma». Habrás comprobado cómo mi paisano es un científico peculiar, quizás porque de pequeño tuvo amago de soberbia.
El libro no lo dice, pero la soberbia es también un pecado capital de los peores, aunque no tanto como la lujuria; la reflexión sobre el asunto habría que dejársela al arzobispo de Granada, hombre docto donde pocos, quien a buen seguro hallará más precisos argumentos. Aunque, no creo que el prelado se interese mucho por el tema dado que su discurso anda más centrado en los terrenos del sexto.

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