Aznar-Bush

La libertad es una entelequia que se fundamenta en la necesidad que tiene el hombre de independizarse de los dioses. Vamos, que digo yo. Pero, en tanto que un fin, la libertad no existe. ¿No existe? Aznar, haciendo uso de su proverbial independencia, escribía ayer en Le Figaro que se ha recuperado la libertad en algunos países donde hoy se puede votar. ¡Tatí, tatí!, Gracias a Bush, el libertador; chúpate esa. El artículo, en puro gabacho, es un compendio de trivialidades cogidas por los pelos para concluir que el futuro jubilado de la «White House» hace muy rebién en defender la libertad de mercado como solución a todas las desgracias que esta libertad de mercado ha generado. Fantástico. En realidad acaba con otra necedad que me niego a reproducir.
Aznar, el pobrecillo, es un liberal. Pero no se confunda usted señora, porque en esto de la defensa de las libertades existen matices que es preciso definir para saber dónde leches estamos. El caso es que el liberal José María se metió hace años a neoconservador; Bush, el hombre, ya lo era. Esta ideología se fundamenta en el antiquísimo principio de cada cual a sus uñas y que gane el tenga los dedos más largos. En consecuencia, por la libre competencia, todos salen beneficiados, más aún si se estructura en torno al principio cristiano de que todo el mundo es bueno; (menos los socialistas, claro está). Pero, no, se han caído los palos del sombrajo; sin embargo, en el artículo se lee: «[a Bush] l'Histoire lui rendra justice» [le hará justicia]; y, digo yo, al Aznar, también.

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