Metáforas

He comprado un reloj que anda al revés, quiero decir en sentido opuesto al de las agujas de un reloj. Para compensar la estupidez, han dispuesto los números en modo espejo; o sea, han colocado el diez donde debería estar el dos y el cuatro en el lugar del ocho. Mi inteligencia, acostumbrada a rutinas aprendidas, sufre al intentar desentrañar la hora propuesta por el invento, tanto que lo utilizo por las mañanas para despertarme, por las tardes para dormirme y por la noche, ¡ay por la noche!, para consolarme pues parece que va restando las horas en lugar de sumarlas.

El nuevo reloj de mi salón es una metáfora, lo que todavía no sé es cuál es el sentido figurado del objeto. Quizá hable de que el tiempo es una quimera que anda libre a pesar de que queramos embutirlo entre dos agujas, o que el desorden en el que vivimos no lo es sino que lo parece porque la esfera señala las horas cuando corresponde y no incumple las exigencias de quien fuera el primer inventor de la doble docena para encerrar un día. Sin embargo, en su absurda morfología, en su ridícula novedad también percibo un futuro inasible en la que la mentira, la impostura y la necedad tienen reservado un lugar especial en las primeras páginas de los periódicos. No importa, mi vida sigue tranquila porque ha llegado el verano y puedo hacer con las horas que describe mi reloj lo que me dé la gana, como por ejemplo soñar que un grupo de futbolistas me va a rescatar de mi nimiedad.

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