Todo sigue igual

Andaba yo investigando con denuedo para poder por fin enterarme de los pormenores de la vida de la duquesa de Alba (pobrecilla, ¡con lo vieja que está y con novio!), cuando me vino a las mientes el deseo irrefrenable de pensar sobre la fugacidad de la vida. ¿Pillas la analogía? Por eso, angustiado, me eché a la calle donde pude comprobar cómo los arbolitos amarillos dejaban caer con levedad sus hojas yertas, quemados los pedúnculos por el cuchillo del frío. ¿Sabes?, estaba deprimido por la cosa de la bolsa, por eso colegí que había llegado el tiempo del otoño que es cuando los insectos mueren porque el sol se ha vuelto perezoso, la atmósfera se limpia y se ve más lejos. Craso error, después, mientras deambulaba sorteando la pringue de las aceras cuyos churretes encuentran sus ancestrales raíces en la tradicional vaquilla, la reflexión devino en desasosiego al comprobar in situ cómo aquellos bichos que llamamos cucarachas prefieren los lugares que a nosotros nos repugnan para poder quizá sobrevivir al frío, a lo peor lamiendo el vinuzo reseco que aún queda pegado en las baldosas como prueba indeleble del «sano» divertimento de mis paisanos. Total que como sólo el necio se empecina en el error y el que suscribe apenas si alcanza el grado de aprendiz, me empeñé en buscar actividades programadas en mi cultural ciudad dirigidas a gente de mi condición donde poder educarme ahora que todo anda muerto y no hallé más que un crujido seco bajo las suelas de mis zapatos; más tarde solo hubo silencio y una maldita moto rompiendo el aire.

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