Hartazón

Imagínate que durante todo un año te dan de comer lo mismo, por ejemplo huevos rotos con jamón. Un par de huevos sobre cama de patatas a lo pobre, ajo y una pizca de vinagre, con adorno de jamón retostado. A mí se me hace la boca agua. Y así un día y otro día. Imagínate que eso que tanto que te gusta también le gusta a tu vecino que es un poeta chuleta, y a otro de Valencia que añora aquello que su queridísima madre, la madre que lo parió, le preparaba con tanto cariño. Imagina que te empapelan el portal con versos endecasílabos abigarrados de metáforas simbolistas sobre el plato. Una vez al año lo celebran por todo lo alto con las oportunas subvenciones: el presidente de la comunidad organiza conciertos donde los nenes de la finca deleitan a la concurrencia con himnos grandiosos, se imprime un cartel donde aparece un dibujo grosero y un poco surrealista para pregonar el evento en los otros portales de la calle. Imagina, pero ten cuidado con el esfuerzo porque es peligroso.

Según pasan los años, la cosa crece. Ya no hay sólo un portal, hay decenas de comunidades que pugnan con la tuya para cantar las virtudes de los huevos. Tu hígado se queja, y tu cerebro más. Vas al médico y el galeno te avisa de que todo exceso va en detrimento de la calidad de vida. Te pones a dieta. Ni huevos ni leches. Para rebajar la tensión te vas del portal, cabreado como una mona, ahora que refulge la primera luna de la primavera.

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