Melancolía

Cuando la señora abrió la ventana fue porque el humo de los fritos hacía ya el ambiente irrespirable. Abrir una ventana es un gesto cotidiano, sencillo, una rutina que rompe el espacio en el interior de la casa y permite además que la vista divague con curiosidad por los paisajes que hay al fondo. Aunque no es habitual, con el humo, a veces la señora Catalina deja marchar unas pocas gotas de desidia sobre las espaldas del viento, luego respira antes de volver con más ánimos al puchero donde sazona, rehoga y cuece gran parte del tiempo de la mañana; si no fuera por la radio ahora llena de la pringue que salta desde las ondas y las sartenes…
Muchos días, a la hora de comer no come; pero hoy ha puesto el mantel, el de algodón, sobre el que descansan milimétricamente alineados un único vaso, el plato de cristal y los cubiertos de acero inoxidable. La soledad se endurece al medio día. Hay también un pedazo del pan de ayer para acompañar el ruido que hace la cuchara al llenarse de sopa. Nada más: el pájaro que trajo el marido apenas revolotea entre los barrotes y no canta porque está mudo. Tampoco hay radio, la voz engolada de quien todo lo sabe, esa voz que dice al dictado las noticias, ha conseguido que la anciana desconecte el aparato un poco enfadada. Mientras come, canta; una canción infantil que habla de amores falsos. Cuando caiga la noche, desde el reloj del salón también caerán las horas con el estruendo de un olmo carcomido.

Comentarios

Ignacio ha dicho que…
Hay un algo en este artículo de "La lluvia amarilla" que todavía me tiene sobrecogido.

Tomo nota, que falta me hace.

Un abrazo a todos, y a ti el primero,

Nacho

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