La angustia del ignorante

Un día me pregunté a dónde narices van los bytes cuando se cuelga el ordenador. Obviamente no encontré respuesta porque los bytes son apenas un concepto abstruso que un servidor no alcanza a comprender a pesar de haber tenido que explicarlo muchas veces a gente inocente. No es malo carecer de respuesta para las preguntas trascendentes que uno se hace porque en el ansia de saber va incluida la angustia del ignorante. Imagínate cómo andaría mi mente de burguesito provinciano para tratar de indagar sobre tamaña gilipollez pues todo el mundo sabe que los bytes son el cuerpo intangible de la globalización, o sea, el alma y «el alma sólo es de Dios», lo que traducido a nuestro tiempo equivale a Bill Gates.
Claro que si no soy capaz de explicar a dónde van los bytes, cómo podré ayudar a averiguar el paradero de los cuatrocientos setenta mil millones de euros que se han volatilizado en Estados Unidos como consecuencia de las prácticas neoliberales del ganado que ha dirigido el imperio, cuartos que se han transformado en un concepto intangible como es el de «activos sin liquidez», es decir papeles que se lleva el viento como besos de una mujer malvada. Sin embargo, a mí me da que, en el cambio de denominación (estrategia de prestidigitador), algunos bolsillos de pomposos caballeros y elegantes damas, políticos de mucho calado incluidos, se han llenado para poder tener una pensioncita, pobrecillos, que les permita vivir a ellos y a más de mil generaciones que de su misma ralea vengan al mundo a seguir fastidiando al inocente personal. ¡Anatema sit!

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