Educar

Educar es encaminar, marcar sendas por las que enviar al pupilo para que no se pierda en el intrincado laberinto de caminos que hay en la vida. Aunque todos pueden educar, no es conveniente que ciertas personas se pongan a la tarea por razones obvias. Párese a pensar en gentes a las que de ninguna manera les confiaría un hijo. Luego viene que el educando quiera ir por caminos trillados y no prefiera adentrarse en inextricables sendas que o no llevan a ningún lado o que se abocan directamente a un precipicio. Si se trata de encaminar, tiene que haber necesariamente normas que limiten o condicionen el tránsito; o sea, leyes y costumbres. Las leyes las ponen los que mandan, y las costumbres surgen como resultado de la vida en común con los demás. Las leyes se cambian con el voto, las costumbres con la práctica. Una sociedad sana necesita que ambas se mantengan en el tiempo para poder asumirlas con eficacia; necesita también personas que se encarguen de recordarlas en los diferentes ámbitos en donde actúa el niño: padres, profesores, guardias, vecinos, abuelos, medios de comunicación... Es muy importante que el mensaje, el núcleo esencial del mensaje, sea siempre el mismo para que por efecto de la machacona repetición se aprenda. ¿Y cuál es el mensaje? Es evidente que se trata de RESPETO, del reconocimiento del otro como un igual. No hay mucho más. Todos los conflictos tienen que ver con la desconsideración y el desprecio. Con lo importante que parece, es raro que esto tan sencillo no lo supieran todavía los violadores de Baena.

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