Análisis electoral

El tipo, pequeño y sonrosado, me adoctrinaba con palabras que en la noche sonaban como una nana enfadada; no te cuento cómo iba el colega. Levantando el vaso de picacola y poniendo una voz más que engolada, aseguró que ante el desengaño no cabe responder más que con ira o con esperanza. Aparentemente hablaba de las elecciones europeas, pero yo deduje por su abandonada indumentaria que quizá quería decirme otra cosa; tal vez se refería a la soledad, a cómo una moza lo había abandonado, o a esa sensación que trasciende de uno cuando uno sabe que tiene razón.
Es cierto que el desengaño no se cura; se ahoga en un vaso de esperanza, o se quema con el alcohol de la ira. Añadió además no sé qué de la indolencia, pero yo insistía en que la indolencia es sólo un placebo que no produce ninguna mejoría, sino que arrincona los síntomas en el fondo del alma, allí donde se acumulan otras vergüenzas, impidiendo que ese espacio lo ocupe algo más provechoso. Pues eso, que el tipo, borracho de verborrea y de refresco, me acabó jorobando la noche con su rollo inaguantable. En ese momento pensé no merecer el castigo, al fin y al cabo yo había votado como Dios manda y si otros no lo habían hecho, pues ¡ea! Al día siguiente, cuando leí el análisis elaborado por los partidos tras el recuento, tuve que darle la razón. Efectivamente, unos afrontaron los resultados con ira; otros, con esperanza; y algunos con disimulada indolencia que ocultaban para relativizar la derrota. Tendrán que trabajar más, y mejor.

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