Saber de Cuenca


Juro por Maduro que cada vez estoy más desconectado de lo que pasa en Cuenca. «Me la pela», dice mi alter ego —para los de la tertulia «cultural» del Mateo Navalón: «mi otro yo»—, ese yo que se esconde porque aquí, si conoces te pones de muy mala, pero que de muy mala hostia.
Me cuentan de la actitud de un tal Miguel Romero cuando recientemente en esa asamblea de «próceres» de cartón el tal Jesús acusaba a don Juanito de mandar fusilar a los adversarios políticos. Recalcan su silencio cómplice o, peor, su desconocimiento. ¿Cómo habrá llegado tamaño ignaro a participar tan activamente en la «cronificación» de la ciudad? Y ahora lo han hecho poeta; no me jodas Marta Segarra, tú, precisamente tú.
La decadencia es la consecuencia de la indecencia, del fatuo entendimiento. Me maravillo de lo que veo y que no quiero ver. Y ahí los tienes, difamando a quien quiso que esta ciudad tuviera nombre, quien salvó gran parte del tesoro de la catedral de las garras de los anarquistas —de cuidadas uñas— de la columna del Rosal. Quien fue condenado a muerte por socialista y masón y que jamás se retractó de su afán de conocimiento y su lucha por la libertad.
Me hablan del trato vejatorio que el PSOE —don Juanito tenía el carné número uno— está dando a la que fue su portavoz en el ayuntamiento, María Jesús, le han montado un informe reservado por una mierda de error informático y hay quien dice que alguno de los muchos enchufados que conforman la clientela del partido podría tener algo que ver. Ahí los tienes, báilalos. Y más cosas que no cuento porque me van a dar lo siete males; me voy a Madrid a poder respirar un poco —menuda paradoja—.

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