A propósito de España
«La realidad tradicional de España ha consistido precisamente en el aniquilamiento progresivo de la posibilidad de España», José Ortega y Gasset.
Vivimos tiempos extraños, tiempos furibundos, recios como estaca
de pino. Lo sé por lo que siento en mis propias carnes; se empieza insultando a
la madre que parió al árbitro y se acaba exhibiendo una chulería insoportable
frente al adversario —ahora más enemigo— político. Y todo casi gratis, sin
coste aparente por tergiversar la realidad, el lenguaje y la puñetera memoria. Para
eso estamos, caballero, para abrir la boca y tragarnos tamaña inmundicia.
En esa manipulación está también la palabra España, tierra de conejos a lo que se ve
por cómo los exhiben muertos un par de acémilas. Es obvio que hay al menos tres
Españas, cuatro si contamos al carlista Torrá. Españas casi siempre irreconciliables,
cuyo concepto se basa en una historia irremisiblemente común cuya memoria no
compartida nos arrojamos a la cara como si fuera un puñado de mierda. No
compartimos el léxico básico de la lengua que es maravilla en el mundo. Cervantes
aseguraba que «El lenguaje puro, el propio, el elegante y claro, está en los
discretos cortesanos, aunque hayan nacido en Majalahonda»; discreto era el «hombre
cuerdo de buen seso, que sabe ponderar las cosas y dar a cada una su lugar»
(Covarrubias, Tesoro de la lengua
castellana). Estoy con Don Miguel que continuaba la frase susodicha asegurando
que muchos de esos hombres cortesanos
no eran discretos.
España es lo que es, un Estado cuya bandera oficial no es
aceptada por muchos, cuyo himno repatea las tripas de otros. La España de hoy
es la lucha para acabar con el triunfo subliminal del franquismo, el ansia por pasar
página, el ardor metafísico por brillar en el universo. España es un sí y a la
vez un no. La construcción imperfecta de una pasión que va más allá de uno
mismo. Pero si ha de ser algo, será futuro, modelo, ejemplo de diversidad y
confianza, aunque antes habría que acabar con el maldito siglo XIX que, voto a
bríos, perdura en carlistones, soplapollas, algunos pelados, y mangantes (entiéndanse
los anteriores sustantivos como neutros, salvo en un caso que tú sabes).
España hemos de ser todos: contradictorios, a veces absurdos,
cada vez más despiertos, gigantes; gentes que buscan acomodo entre los otros
sin importar más que la intensidad del calor humano que cada cual desprende.
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