Pederastia

Retablo iglesia de San Pedro, Villaescusa de Haro
Don Luis Astrana Marín, uno de esos sabios contradictorios, escribió en 1915 una suerte de libro entre la novela y la autobiografía titulado La vida en los conventos y seminarios. Relatar las virtudes y defectos del erudito sería prolijo; sin embargo, decir que tradujo a Shakespeare al español; biografió a Cervantes, Lope, Quevedo, Cristóbal Colón o Séneca. No me interesan sus contradicciones, fruto del miedo y la indolencia, pero sí la novelita susodicha.
Narra su salida con nueve años de Villaescusa de Haro —de flamante retablo—, para adentrarse en conventos y seminarios con la noble intención de ser cura —vocación adquirida a guantazos— y así poder empaparse de latines; hasta hace muy poco esa era la única forma en la que los niños aventajados del medio rural, «pueblos son que no resurgirán nunca», que había de adquirir una sólida formación impartida por aquellos franciscanos en San Clemente.  
Tras la formación básica del curilla, se llegó el tal Luis al seminario conciliar de Episcópolis, una ciudad bellísima, «edificada sobre un cerro, parecía un gigantesco altar, que se dilataba en sus laderas, cerrando en las fértiles hoces que la circundaba». Pues eso, deambulando por sus «calles tortuosas y estrechas […] a la luz de los Cristos de las hornacinas» aquel joven encontró el amor y sintió el encanto y la «limitada cultura» de esa gente que por el contrario era «muy caritativa» y «extraordinariamente celosa de la virtud ajena».
Sigue describiendo el hambre y las penalidades de los estudiantes en el seminario menor que llama de San Pablo, donde solo se comían judías; era el seminario de los pobres: «¡oh, eterno Cristo, ¡qué sobrehambre, archihambre, protohambre y superhambrísima que sufrían los sampablistas!».

El principio de la sabiduría es el temor de Dios
Los alumnos del seminario mayor pagaban 1,25 pesetas —cinco reales—; este, «regentado por curas, de un clericalismo soez y carlistón, […] conspiradores, picapleitos y danzantes del palacio episcopal». El régimen interno estaba a cargo de frailes Josefinos (sic.), «frailes sin voto de castidad, pobreza ni obediencia […] la gente más infame del mundo, la más vil, la más canalla, la más sinvergüenza y la más indigna de pisar la tierra de los hombres, que no tenían de hombres sino el nombre, y eran además ladrones, falsarios, estafadores y criminales». Esta razón lleva al protagonista a salir del internado y alojarse en una pensión y disfrutar del cine, del café en La Constanza, del Recreo Cerval, las tabernas, el baile en la calle Pilares donde toca valses al piano para deleite de la sobrina de un canónigo o el amor por Babet.
Los chismes de que cierto superior frailuno se daba polvos en la cara y se perfumaba los hábitos, las peleas entre un beneficiado de la catedral y un profesor del seminario por a quién miraba a la sobrina del docente; se inflaron a hostias, Astrana dice «puñadas».
El 26 de marzo, la policía custodia las puertas del seminario. Los superiores habían sido sorprendidos en las celdas de los escolares de más corta edad; «Han declarado cosas infames estos pequeñuelos. Los tales frailes no se dedicaban sino a forzarlos». Tras un intento de linchamiento por parte de alumnos mayores, los josefinos huyen. En el posterior registro de las celdas de los frailes que «parecen los gabinetes de una señorita» encuentran «grande cantidad de botellas de licor, pasteles y cajas de cigarros, abandonado todo en la huida. En un saquito de ropa había escondidas unas tres mil pesetas, han arramblado con todo el dinero del seminario. […] Durante la noche ha debido haber una bacanal en la celda del rector». Parece que no es la primera vez que ocurre un suceso como este. Se cierra el seminario sin que acabe el curso. «La prensa no dice nada del asunto», corre el rumor de que ha sido una epidemia la causa de la clausura del centro. Roma actúa y suspende al obispo de conferir órdenes sagradas. Y eso fue todo.
Es seguro que este relato le supusiera a don Luis más de un quebradero de cabeza cuando fue encausado por masón. Hay un par de libros —es un decir— sobre la causa donde transcriben algunos de los documentos existentes en el Centro documental de la memoria histórica, en Salamanca.
Este artículo surge de la necesidad de releer esta obra menor de un conquense, porque sepas que esto de la pederastia en la Iglesia no es nuevo. Hay quien dice que el esperpento no lo vivió Astrana Marín en primera persona, sino que procede de otra fuente desconocida.
Pues eso.




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