Heterodoxia y ridículo


"Si hay un asesinato planeado para la comida, entonces lo más decoroso es que el asesino tome asiento junto a aquel que será el objeto de su arte, y que se sitúe a la izquierda o a la derecha de esta persona dependerá del método del asesino". Libro de cocina (apócrifo) de Leonardo da Vinci.








Si es cierto que la heterodoxia abre el camino al progreso, también lo es que los actos que la justifican han de ser pensados, tener fundamentos, anclarse en la realidad. La heterodoxia no es experimentación sin sentido o el ámbito donde todo vale. Yo, que soy heterodoxo de palabra, obra y omisión sé que en determinados asuntos es preciso ir con pies de plomo, reflexionar antes de obrar, actuar como si cada cosa insignificante no lo fuera.
Todo esto viene a pelo con lo del supuesto «relator», el que relata, cuenta, dice lo que pasa, abre la cocina a los ojos del público para mostrar los entresijos que allí se cuecen. Por un lado, el Sánchez, cada vez más payo —o sea, que no es de los míos—, abriendo puertas que por el buen nombre del restaurante deberían permanecer cerradas. Por otro, el payo García-Page —este sí que no es de los míos—, acojonado por las previsiones electorales. Más, allá, mucho más allá aquel a quien tanto admiraba, Alfonsito Guerra —el hombre menguante—.
Un heterodoxo fingido, Sánchez, en una merienda de negros, mal aconsejado o simplemente convencido de que el poder, la silla, le da la razón. Por si el antiguo aparato no fuera bastante, la extrema derecha personificada en Casado y el primo de Rivera empuja para hacer todavía más difícil una posible resolución calmada del conflicto catalán.
La falta de talento en la política española no tiene parangón con ningún otro momento de la historia patria. Y en medio, un invierno de ida y vuelta que va a hacer posible, si los dioses no lo remedian, que florezcan los almendros días antes de que el hielo decapite sus rosáceas flores.

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