Heterodoxia y ridículo
Si es cierto que la heterodoxia abre el camino al progreso,
también lo es que los actos que la justifican han de ser pensados, tener
fundamentos, anclarse en la realidad. La heterodoxia no es experimentación sin
sentido o el ámbito donde todo vale. Yo, que soy heterodoxo de palabra, obra y
omisión sé que en determinados asuntos es preciso ir con pies de plomo,
reflexionar antes de obrar, actuar como si cada cosa insignificante no lo
fuera.
Todo esto viene a pelo con lo del supuesto «relator», el que
relata, cuenta, dice lo que pasa, abre la cocina a los ojos del público para
mostrar los entresijos que allí se cuecen. Por un lado, el Sánchez, cada vez
más payo —o sea, que no es de los míos—, abriendo puertas que por el buen
nombre del restaurante deberían permanecer cerradas. Por otro, el payo García-Page
—este sí que no es de los míos—, acojonado por las previsiones electorales.
Más, allá, mucho más allá aquel a quien tanto admiraba, Alfonsito Guerra —el
hombre menguante—.
Un heterodoxo fingido, Sánchez, en una merienda de negros, mal
aconsejado o simplemente convencido de que el poder, la silla, le da la razón.
Por si el antiguo aparato no fuera bastante, la extrema derecha personificada
en Casado y el primo de Rivera empuja para hacer todavía más difícil una
posible resolución calmada del conflicto catalán.
La falta de talento en la política española no tiene
parangón con ningún otro momento de la historia patria. Y en medio, un invierno
de ida y vuelta que va a hacer posible, si los dioses no lo remedian, que
florezcan los almendros días antes de que el hielo decapite sus rosáceas
flores.
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