Matones
En mi dilatada carrera profesional me he
encontrado con relativa frecuencia con el matón-víctima; aquel que para obviar
su responsabilidad se presentaba como un desvalido al que todos querían pegar. El
«interfecto» solía arrimar hostias sin mesura a los compas de pupitre mientras se
quejaba de que le habían pegado.
La actitud colaba en según qué casos; recuerdo
cómo se hizo una reunión de urgencia para estudiar el acoso al que
supuestamente era sometido uno de aquellos guachos. División de opiniones:
pobre niño, hijo de puta y eso. Entre los profesores algunos éramos bastante
deslenguados.
«Como es abajo, es arriba», dice el Kybalión; en estas comparo a aquellos
malnacidos con la actitud de los de Vox. Primero pretenden golpear con rudeza
las libertades, todas, luego se quejan de que los insultan; estos hijos ideológicos
de un obispo encubridor gozan cuando sueñan que vuelven a sepultarnos en el
fango del franquismo donde tan a gusto vivían los padres espirituales de sus
abuelitos.
Pero no es ya la ideología repugnante que supura
por boca de esta gente, es esa actitud de señorito malcriado, de amo del
cortijo, la que me enciende. Sus propuestas se centran en las tripas, van
dirigidas a los frustrados, a los meapilas, a los fanáticos de la banderita de
la que se han apropiado —en realidad siempre ha sido suya—. Tienen soluciones
para todo, manipulan el significado de las palabras, pactan en secreto con los adeptos
del primo de Rivera y el Casado —también me da miedo de este su desfachatez
ideológica—. Ya veréis cuando desmonten por tramos la justicia social.
La coalición de las tres virtudes nos acabará
dejando sin símbolos, sin patria, huérfanos; menos mal que nos queda la lengua
española, la única seña de identidad que todavía no nos han podido arrebatar.
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