Ni pizca de gracia


No suelo ir a Albacete; un par de veces en los últimos años ya sabes de entierro y eso. Fui en AVE, a los viejos nos sale barato, media hora de reloj; por eso no entiendo cómo el alcalde Mariscal, el rey del mambo, ha tenido un accidente de coche por ir a desayunar a la capital económica del CLM. Quizá ha primado el postureo de, en coche oficial con chofer uniformado y tal y cual, llegar al garito donde sea que esa gente se pone tibia, o que el señor padece de flatulencias y no conviene que una tan alta autoridad se pee en tan nobles asientos.
El caballero no tiene tiempo para reunirse con el García-Page —quien ya asoma la patita por debajo de la puerta— para las cosas del apaño de esta mierda de pueblo en que unos y otros están convirtiendo Cuenca. Pero sí para ir a ver al nuevo jefe del partido a mendigarle su presencia en la candidatura popular; crudo lo tiene el payo, ¡qué personaje!, a veces pienso que no se puede ser tan corto, que es impostura para confundir.
Curiosamente, desde lo del concejal filo-fascista Navarro, nada ha pasado de divertido salvo la designación —cágate lorito— de la Dama de la Navidad, celebridad más propia de los USA. Bueno, sí, me ha llegado el currículo del concejal que en su día presentó a uno o dos sindicatos de clase ofreciéndose como perito en las cosas del cuerpo. El informante se descojonaba contando cómo un franquista con buen sueldo pedía curro a los rojos. Pero mi amiguete desconocía que lo hizo quizá porque, desde dentro, creía que podría contaminar a los sindicatos de clase con su prístina e inmarcesible galanura. Quién sabe si por esa u otra circunstancia no se tuvo en cuenta, creo, su proposición.
Total, que llegan la lotería, los villancicos, el frío que se me ha cebado en los huesos. La verdad es que todavía no huele a gorrino y que la tartana, renqueando, sigue su trantrán. Ya veremos lo que aguanta.


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