Ante el precipicio



Naces ciego. Eres un ser incompleto, vacío de contenido; solo un mecanismo biológico que te permite, si los hados te son propicios, sobrevivir. Dicen los psicólogos que es a partir de los dos años cuando tenemos conciencia del yo. Antes vemos las manos y los pies como prolongación de nuestro cuerpo, un cuerpo impreciso pues solo tenemos conciencia de una parte; ser conscientes de lo que nos complace y lo que nos incomoda es el primer paso. El espejo, el segundo. Tienes capacidades que es lo mismo que decir posibilidades de ser alguien, auténtico, distinto; eso te dicen. Pero no, eres una mota de polvo que se cree libre, autónoma, eterna.

Te sabes distinto porque hay otros; más. Algunos, pocos, dignos de consideración; otros, iguales; los más, indiferentes. La familia te jalea, te dicen hermoso, excelso; hay que ver cómo pinta el guacho, o lo bien que juega al fútbol, o cómo hace de bonitas las letras. O te ignora. Lees, tu yo se proyecta en el libro, esa mágica herramienta que te permite ser otro. Hay más procedimientos para conseguir esa transmutación. La moral que es una parte de la cultura —o, mejor, que es esencia de la cultura— te reconstruye cada día, te proporciona valores que son a la vez vigas y clavos ardientes. Quieres ser como tus padres, o no; más modelos en la escuela, en la tele. Tantos modelos que te conviertes en un polígono truncado, lleno de aristas que determinan un montón de facetas. De tanto como hay no sabes lo que escoger; como cuando te ofrecen una bandeja llena de pasteles, quieres comértelos todos, lo harías si supieras por dónde empezar. Ahí se esconde la esperanza.
Y te agarras a esa posibilidad. Tu yo se desvanece. Ahora eres otro, la masa te proporciona valores, creencias, soluciones al eterno problema de la soledad del hombre, una esfera dentro de otra esfera. Al frente ruge el líder, pongamos por ejemplo a Bolsonaro (el fascista brasileño); su dedo señala, anuncia, vaticina, insulta. Te proporciona soluciones fáciles a problemas irresolubles. Lo crees, por qué no lo vas a creer si los del Partido de los Trabajadores han robado a manos llenas; lo dicen los jueces, y el que más Lula da Silva que está en la cárcel. Jair Bolsonaro lo resolverá todo con su experiencia militar, lo sabes, tienes necesidad de saberlo. ¿A quién vas a creer? La democracia, te repiten, solo sirve para crear ladrones impunes; mano dura para acabar con la corrupción; mano dura para mejorar la economía; mano dura.
Lo que no te cuentan es lo que viene después: el culto a la personalidad de un descerebrado, unas medidas económicas que llevarán al país a la ruina, más impunidad para los nuevos corruptos, la exclusión de los débiles y por lo tanto la multiplicación de los guetos, hambre, miseria, prostitución para poder sobrevivir, muerte en las calles —más todavía— y silencio pues la protesta será censurada y si procede disuelta a tiros.





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