Libertad de expresión
Recuerdo a aquel censor, José Luis Álvarez de Castro. Un señor
que descargaba su depauperada ideología sobre la gente que acudía sumisa ante
su menguada persona —era bajito y tenía bigote; cualquier censor que se precie
debe adornarse con un bigotito fascista. A este caballero, el alcalde Pulido le
puso calle sin objeción alguna de la del PSOE. Llegabas con tus papeles a su
oficina, qué mala cara tenía el tipo, los recogía con desdén, torcía el gesto y
los guardaba en el cajón. El cura Carlos de la Rica me contó que este caballero
afirmaba que de haber podido habría censurado El cantar de los cantares; eso es un censor con dos cojones. Eran
otros tiempos, o no.
En realidad, no. Los herederos intelectuales de aquel ganado
perviven, se reproducen, crecen hasta ocupar todo el espacio público. Llevan togas,
tienen opulentos despachos en las ferias de muestras, se enseñorean con la sana
intención de acojonar a la gente, de explicar con rotunda claridad eso de que
«aquí mando yo». Y lo consiguen. Miedo me da de meterme con la Semana Santa,
con la ideología corrupta de Rajoy y sus valedores (tú sabrás quiénes son), con
la indigencia de los que deberían cuidar a los indigentes, con los
subvencionados, los meapilas, los leguleyos…, con el copón de la baraja. Miedo
me da verme un día ante un juez(a) pepero, áspero, tosco, remilgado y que, como
aquel Antonio Pérez que ocupó en tiempos la secretaría general del gobierno
civil de Cuenca, me mande a un guardia de la secreta o me endilgue una multa
por ejercer mi libertad de expresión, lo único que me queda.
Lo confieso, tengo miedo, me aterroriza volver a vivir los
años del hambre intelectual, la vergüenza de estar tutelado por aquel funcionariado
tan ridículo. Me horroriza la letra de la Marta Sánchez, me da escalofríos, la
instrumentalización de España por gente tan sinvergüenza. Me angustia la imagen
internacional de este país —al que quiero, o quería o querré, no sé—. Pero, con
el estómago encogido, digo como don Francisco de Quevedo: «No he de callar por
más que con el dedo…».
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