Necrófagos




Andaba yo en cosas del guisoteo —un hervido en olla rápida, no te vayas a creer— cuando en el transistor oigo a un payo del ayuntamiento acusar a la oposición de «necófragos», lee bien: «necófRagos». Hostica cana. El ignaro, de inhábil dicción, escupía toda su furia por la boca —por la boca muere el pez— apestando a diestro y siniestro en defensa de uno al que llamó «Chema». El «Chema» es el individuo ese que dijo lo de los pobres y los cajeros y que salió retratado en casi todas las televisiones donde era presentado como concejal de Cuenca. ¿Mala suerte? ¿El cruel destino? ¿Reflejo de una realidad infravalorada? Y yo qué puñetas sé. La verdad es que los de Soria defienden lo suyo con una intensidad numantina; los turolenses ídem, eadem, ídem; «Portacoz», eso de ídem significa: «lo mismo». Y aquí el señor «Portacoz» y el señor «Chema», sacan la espada flamígera para amenazar a todo quisque con llevarlo ante los tribunales donde debidamente sambenitado, en pelota viva, sera amarrado con cadenas a algún rollo para público escarmiento. ¡Qué jodida mala suerte! «Portacoz», ¿se ha enterado usted de lo que he dicho? Le estoy hablando de la vuelta de la Santa Inquisición, caballero.
En Cuenca hace frío, un frío glacial procedente de las zahúrdas del PP donde ocho o diez engordan a costa de la dignidad del resto. Como consecuencia de su aburrida inacción, nuestra mala fama se extiende por el orbe como la gripe esa tan pegadiza que llena los hospitales con sus miasmas. La última que me sé: la esposa atontá de la serie Vergüenza es, tócate los cojones, de Cuenca; en el mismo contexto, cuando algún cómico inventa sandios de escasa categoría ya no son de Lepe, los nacen en Cuenca; «Portacoz», sandio significa gilipollas, por si no lo sabía usted. Y así hasta que cambien los astros y nos gobierne el sentido común, la inteligencia, el derecho y el esfuerzo. O sea, nunca. ¡Viva San Mateo!

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