A vueltas con la calle
Los medios de comunicación viven de lo inmediato. Una
noticia que tenga más de diez o doce minutos se arruga como una pasa y se
desvanece. Pero a veces, por lo que sea, se empeñan en prolongar la frescura
del suceso más allá de lo razonable. Por ejemplo, Puigdemont. Y, oyes, cansa,
cansa tanto que enfada: he visto a uno tirarle una zapatilla al televisor por
si le daba al interfecto; el calzado acabó rompiendo el retrato de boda,
toda una premonición de lo que estaba a punto de ocurrir.
¿Cómo maquillar a un personaje tan rancio para que parezca renovado
cada día, y ya de paso porculee lo que quiera? Es cierto que la brevedad del
tiempo periodístico exige a los plumillas de una intensidad solo comparable al
trabajo agotador en una mina. En ese contexto entiendo que, ahítos (o sea, encabronados),
tiren del hilo hasta que se rompa, y se rompe. Chis, pero en Cuenca eso no
pasa, quia. Aquí, andamos a vueltas con el alcalde que cada día parece menos
inteligente, más cenutrio. Una suerte de sopicaldo que ni aprovecha ni alimenta.
El payo da poco de sí, ¡cuán escaso es en este reino el mundo de la política!
A veces se cambia el foco y se habla de las inconmensurables
virtudes del tío promesas (mi primo, el de Toledo), o de M. Rajoy, capo di tutti capi, que anda tapado
tras la sombra de estos de Convergencia, lo que a ambos les viene de perlas
para ocultar el tremendo expolio al que hemos sido sometidos, seguimos en ello.
El caso es que mientras le doy al magín, resulta que un
amable funcionario de correos me entrega una carta del Ministerio de Hacienda
en la que el eximio director general de costes de personal y pensiones públicas,
tócate las narices, me informa de que me han subido la pensión un 0,25%. El
panfleto viene en sobre de ventana que contiene una carta personalizada impresa
por ambas caras. Si mis cuentas no me fallan, el coste del envío es superior a
la subida que disfrutaré durante todo un mes. No me importa, soy feliz con lo
que tengo y no necesito más por ahora; cuando me haga falta solo tengo que
lamerle el culo en mis escritos a un tal Luis Carlos Sahuquillo, ¡nos queremos
tanto!, para que me coloque bien colocado. ¡Ah, no, que a este le gustan más
jóvenes!
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