Hierve la sangre


Cuando te hierve la sangre, es muy difícil escribir con soltura. Las manos se te llenan de palabras gruesas, irreflexivas. A mí me hierve la sangre; no entiendo cómo alguien puede matar así, cómo muchos fieles de una religión justifican estos actos; ni la doble moral de quienes desprecian el terrorismo mientras comercian con Arabia Saudí, una importante fuente financiera de estos asesinos. No entiendo que los criminales se inmolen con la esperanza de ir al cielo donde setenta y dos huríes, siempre vírgenes —qué horror— satisfarán sus instintos carnales.
Cuando te hierve la sangre, no piensas en que el veneno de la religión satura las cabezas vacías de la gente que necesita una identidad que dé sentido a sus vidas contra nosotros, tan frágiles, con los pies de barro. Esa nueva identidad los llena de una moral férrea, que regula todas sus actividades vitales, desde qué comer a cómo limpiarse el culo. Dota su ridícula existencia de sentido, por eso estudian un texto que literalmente dice de los infieles: «Matadlos donde deis con ellos». Se convierten en conversos, como Torquemada, también protegido por sus católicas majestades y bajo cuyo mandato hubo más de diez mil ejecutados y más de veinticinco mil torturados. Pero no es la religión sino el pretexto que los malvados usan para controlar a una legión de imbéciles.
Hollande, el del peluquero, dice que Francia está en guerra para contentar a los fanáticos del Frente Nacional que son legión. ¿Francia está en guerra? No, estar en guerra significa movilizar soldados al campo de batalla, soldados que se enfrenten cara a cara al enemigo con el objetivo de exterminarlo o capturarlo; con los primeros muertos franceses bajaría la popularidad del calvorota e inmediatamente haría regresar a las tropas. Pero el enemigo no sólo está en Siria, vive en Francia, España, Bélgica, Reino Unido… El enemigo es europeo, tiene pasaporte de la Unión, viaja libremente entre nosotros, no tiene cara, no tiene nombre, ni alma.
Cuando te hierve la sangre buscas la esperanza en las nuevas generaciones; sin embargo, una infinidad de ellos prefieren entrenar bichos con el móvil a mejorar el mundo en el que viven porque viven en un mundo falso, virtual. Cuando haya ocho o diez atentados más, tan brutales como el de Niza, quizá pidan, pediremos a gritos, más bombardeos selectivos y que los servicios secretos controlen a nuestros «malos» con todos los medios sin saber que ahora, ya, todos somos sospechosos.


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