Militantes

A veces me pongo en el lugar de muchos militantes del PP, gente noble, honrada... Los imagino en el trabajo, el que lo tenga, soportando en silencio los chistes de los compañeros sobre la Cospedal o Mariano el Hurón. La identificación con el partido los vuelve huraños, mudos; cuando acuden a beber doctrina a las correspondientes sedes, se dan cuenta de que los dirigen una pandilla de ignaros (el Tirado, ¡ay!). A mí me pasa lo mismo. A veces, pocas, tienen que defender a los pastores; cada día les mandan por correo un argumentario menguante. Al final dejan de acudir a las asambleas, se quedan en casa apenas arropados por jirones de ideología. Solos. Autistas erráticos, como yo. Son los últimos mohicanos, héroes de una batalla perdida que empiezan a ganar los Otros, los tontos útiles que devienen en fascistas de fotografía, arropados con la bandera de la gallina y esa parafernalia de cánticos pseudo-líricos, tan peligrosos.
No son muchos, pero hacen ruido. Suelen ser jovencitos, ellos y ellas, gente de bien o aspirantes como aquel Niño rico de Juan Ramón Jiménez. Algunos han leído el Guardián entre el centeno, de Salinger; otros, una de vampiros; los más, nada. Saben historia de oídas, lo que han mamado en casa: mitifican al Dictador, añoran una dictadura que nunca conocieron; son nacionalistas españoles que comen hamburguesas, beben picacola, visten ropa de marca, llevan móviles hechos en China para marcas americanas...Vamos, como usted o como yo. Pero necesitan enemigos para sobrevivir: socialistas, comunistas, perroflautas, inmigrantes, mariquitas...

Los primeros militantes son de los míos, algunos son amigos y los quiero. A los otros, ¡uf!, a los otros que los ausculte alguien porque cuando crezcan más nos lo van a poner muy difícil a todos.

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