Nieva en Cuenca
Los profesores Carmen
Reinhart, de la Universidad de Maryland, y Kenneth Rogoff, de Harvard la
han cagado. Ya. Han elaborado una hoja de cálculo para demostrar que lo mejor
de lo mejor es la austeridad, que solo con el ahorro extremo se puede salir de
la crisis. Los profesores han realizado a la perfección el papel de tontos
útiles. Ya. Sus conclusiones son similares a las de un ama de casa que sabe que
si quiere llegar a fin de mes tiene que quitar un poco de aquí y otro poco de
allá para conseguirlo. Mentes preclaras afirman, como los profesores, que el
derroche –llaman derroche a comer– es muy malo para la economía de la zona
euro, por eso proponen minijobs (vaya mierda de palabra y de concepto) para ir
acostumbrando a los jóvenes a no derrochar para meterlo todo en compañías
privadas de salud y en preferentes. En ese contexto ideológico los empresarios asumen
un papel que han usurpado a nuestros políticos de medio pelo, gobernar la
economía de un país con criterios de ama de casa cleptómana, devota de
samparamí y de nuestra señora de los Dolores que hacen llorar muchísimo.
Si lo piensas verás que la
economía depende fundamentalmente del consumo, si no hay consumo no hay
cuartos. En mi pueblo casi todas las tiendas han cerrado y las pocas que
permanecen abiertas más de catorce horas diarias (incluidos los domingos) están
en manos de chinos que trabajan como chinos. Los chinos no se ponen malos, no
gastan, todo lo ahorran para pagar a los dueños de los locales, rentistas
castellanos que viven como aquellos hidalgos de infausta memoria. Los cuartos
de los rentistas van a una cartilla bancaria a plazo fijo al tres por ciento,
este ahorro se invierte en deuda pública al seis por ciento.
Pero no es esto lo que me
angustia. Sobrellevo mi mal como puedo. El caso es que la ciudad está nevada y
las flores de mi manzano se han perdido. Eran unas flores pequeñas, blancas con
el reborde en fucsia; flores que por el arte de la alquimia solar se convierten
en unas manzanas doradas, menudas, dulcísimas. Frente a la belleza de los
montes que ahora veo blancos, no puedo olvidar que la promesa de un dulce fruto
me ha sido cercenada por el cuchillo que lleva escondido un copo de nieve.
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