Agua


Arco iris sobre La Melgosa.
Dicen las webs de mi pueblo que Cuenca llora en la Semana Santa y se lamentan, lloriquea incluso una gachí que se define como muy atea (debe de haber diferentes intensidades en eso de ateísmo), y el del bareto de mi barrio y la Marichufi que ha vestido a la niña de María de los Dolores que dan miedo. Por aquí, desde que me acuerdo, todos lloramos. Si el papa Paco fuera de Cuenca –cosa que obviamente no está a su alcance–, no lo dudes, también estaría lamentándose con una copa rebosante de resoli en la mano, impotente ante la fatalidad que nos empuja cuesta abajo; terrible es nuestro destino y terrible el resoli que te dan en los garitos. El cielo de Cuenca está triste, pobrecico, o cabreado, vaya usted a saber por qué. Los campos, más que verdes, son de plata por el reflejo mágico de las nubes en los charcos. De plata nada; todo, grisura. Es cierto, llueve; disfruto con el agua que me cae mansa mientras deambulo por el campo. La lluvia lo lava todo, incluso mis más oscuros pensamientos. Si non è vero è ben trovato. Escucho música profana, dura, a la Niña de los Peines; incluso a veces me cae una saeta que no puedo soportar quizá porque hoy es Sábado de Gloria cuando se renuevan muchos de los símbolos de la Iglesia: se enciende el nuevo cirio pascual marcado con las letras griegas alfa y omega, se bendice el aceite, el agua, se queman ramas de olivo cuyo olor inunda los atrios. Qué cerca estamos de los ritos primigenios. Fuego, aire, tierra y agua, mucha agua. ¡Vale ya!, que nos vamos a ahogar.


Comentarios

Ita ha dicho que…
Por el sur, me han contado, también han llorado mucho esta Semana Santa. Es tradición. El sur, ya sabe usted, es muy de manifestaciones externas de emociones.
¿Por qué no encargarán, de una vez, tallas de madera de teca para exteriores? Y no pretendo ofender, pero si la empresa se modernizara, ya estarían las réplicas de Montañés o Juan de Mesa, hartas (es un decir) de hacer estación de penitencia.

En Toledo, ¿qué voy a contarle de Toledo?, la lluvia ha concedido algún respiro, de modo que, no bien asomaba un claro, a la calle que íbamos -turistas y familia- como náufragos puestos a orear. Como arenques.
Los numerosos grupos de japoneses, absortos, ávidos de leyendas ante los guías-narradores de historias, entierros, sombras, espíritus y casullas, nos miraban -me parecía a mí- un poco de reojo. ¿Será que los guías les cuentan también historias de rescates, tramas, apuntes, nobles, palacetes y esos otros fantasmas que tanto nos paralizan? ¡Qué vergüenza!

Yo, calle abajo, recorriendo los laberintos de la ciudad, ¡cuánta belleza!, encontré un pozo de los deseos, una lámpara de azófar con genio próvido (¿se dice próvido?) y una bruja que me ofreció una redoma llena de elixir mágico.
Un deseo, un deseo, un deseo...¡Que deje de llover! ¡Eso pedí! No sé si...

:)

¡Es precioso ese arcoíris!


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