No a la guerra


Soy un tipo limpio, quiero decir que me lavo con cierta frecuencia el cuerpo, la cabeza, manos y pies; con jabón de olor, faltaría más. No soy un ser excepcional, ahora abundan las personas aseadas, así que no te imagines lo que no es. Aunque tenga la radio encendida, en la ducha ocurren cosas maravillosas, momentos sublimes, pero el más intenso se produce cuando me  contemplo tras el vaho adherido al espejo; una cara indefinida, desdibujada, se me aparece salvo en los bordes que por milagro permanecen limpísimos lo que me obliga a mirar de soslayo para adivinar dónde se me esconden los cuatro pelos que se resisten heroicos a la caída; es una forma magnífica de hacer ejercicios de cuello. Mi vaho parece una cortina de seda blanca que dejo en su sitio, voluntario, para ocultarme la imagen de mí mismo. Pues bien, hoy, un día desapacible, se me ha ocurrido abrir la ventana para que el vaporcito se precipitase a plomo sobre la acera; no atinaba a hacerme la raya; la edad me está robando también la vista. Increíble la imagen. Espanto. Horror. Ese rostro no era el mío, alguien me estaba haciendo un vulgar truco de aficionado; pero quién: un amasijo de canas y hondas arrugas me miraba primero sonriente; luego, horrorizado. No me he lavado los dientes, ni me he puesto crema milagrosa porque he comprobado la estupidez de su uso. Te pasas la vida repensándote, imaginándote mejor, cada vez mejor, y cuando te descubres auténtico, de carne y hueso, acabas negándote a ti mismo; esa es la peor de las traiciones.


Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Hola, felicidades por tu columna en el día, es de lo poco que se salva de un periódico al servicio del clero. Para una atea es inaudito este periódico, no se entiende que en pleno siglo XXI y en un país aconfesional se le de tanto bombo a la iglesia.
Me gusta tu forma de contar las cosas. Gracias y un saludo.

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