El otro Jesús

Cuando escribo son las ocho. Estoy sólo frente al ordenador. La noche ha empezado unos segundos más tarde que ayer; ahora la luz crece sin que nos demos cuenta. En el fuego un pedazo inmenso de carne perfuma la casa; cacerolas, platos de china, tenedores que apenas si pueden voltear la comida. Villancicos, grititos de niños y de gatos, frío en la calle. Cartones acumulados en los contenedores. La ciudad vacía, las casas llenas de solidarios con guantes. No tengo hambre. A estas horas los hombres de noche, seres invisibles, vuelven a sus escondrijos, cansinos, sin más consuelo que los cartones de los juguetes abandonados  (prefieren las cajas de las bicis). A Jesús fueron a adorarlo los pobres: pastores y lavanderas; y los sabios. El otro Jesús, el mendigo, se arrebuja bajo una manta desgarrada por los días y las noches. Está solo y huele mal; tiene al lado una botella de vino y un enorme bocadillo que le ha dado una dama piadosa porque, al fin y al cabo, es nochebuena en el universo de las bombillas de bajo consumo, esas que parecen coronas de muerto.
Mañana puede ser que no despierte; se mueren muchos en silencio. Un coche fúnebre sin ventanas acogerá el cadáver no sin que antes un juez levante acta del acontecimiento con una buena pluma de oro que le regaló su querida mamá tras aprobar la oposición a la judicatura. El forense abrirá el cadáver con un escalpelo muy fino para comprobar que este Jesús murió de frío en un portal, en la calle Belén, mientras la gente brindaba con cava.

Comentarios

Antonio Illán ha dicho que…
Ya se pasó Nochebuena, no vi tu cara, para todos fue buena, paara mí mala.

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