La lechera

Para empezar diré que no me gusta el conejo, considero que su carne tiene un punto de amargura que casa poco con mi exquisito paladar. Sin embargo, hace unos años recibí como regalo una pareja del color de la nieve manchada y un boletín de inscripción en la Sociedad Protectora de Conejos del color de la Nieve Manchada (SoProCoNiMan). La Sociedad proporciona a sus miembros nutrida información, menos, claro está, recetas de cocina.
Siguiendo los consejos de los enterados puse a los gazapos en la misma jaula hasta que por mis óptimos cuidados excedieron el tamaño recomendado y tuve que construirles una mayor y luego otra... Al final hice un corral con buena alambrera donde pudieran excavar a voluntad y esconderse de los depredadores que surcan los cielos de mi pueblo. Mano de santo. No sé si sería por el amor o por la necesidad (era amor), se pusieron a la faena y en pocos meses vi que decenas de peluches saltaban con inusitada gracia por entre los ababoles que me entretenía en arrancar para completar su alimentación. ¡Oh felicidad!
Las tiendas de animales, al principio, tomaban el género, más cuando informaba de que se trataba de conejos con pedigrí; pero el mercado se saturó y decidieron que no valía la pena hacer negocios conmigo. Tuve que pasar al sector alimentario donde suministraba a otros lo que yo no quería comer. El dinero entraba a espuertas a mi casa. Iba a ampliar el negocio. Entonces llegó la crisis en forma de virus y aquí estoy enterrando el género en mi jardín con lágrimas en los ojos.


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