Sueños

Si yo fuera jefe utilizaría el dedo para colocar a todo quisque. Oyes tú, fulano, te nombro por la autoridad que emana de mi proverbial dedo jefe supremo de la grapadora. Y fulano, ufano, saldría caminito del pasillo con la cabeza muy alta, agradecido por la magnanimidad que servidor, el jefe, le ha demostrado al confiarle tan alta responsabilidad. Y si otro fulano, mengano, me cayera mal, ¡hala!, que vengas echando leches, inclines la cerviz y pidas disculpas por existir; a la calle y a callar no sin antes una reconvención adecuada. Mi dedo no temblaría porque la gente responsable, servidor, sabe cumplir con su obligación. ¿No me has oído? ¡A la puñetera calle y chitón!

El dedo mágico para cambiarle la vida al personal: tú sí, tú no. Como si fueras el obispo que va anatemizando al personal: tú al cielo y tú a la caldera de Pedro Botero de punta cabeza. Menudo dedo, uno con anillo de pedrería fina, como el que lleva el tío Virgilio, ole anillo y ole pedrusco. Con un dedo tan adornado se manda más, dónde va a parar. Si yo fuera obispo diría lo mismo que Rodríguez Camino: tú, votador, no; tú, rey, sí. Y execrar a quien haga falta: Por la autoridad que Dios me ha dado, fuera, condenado. ¡La leche! Sonarían trompetas de mucho miedo y todo el mundo temblaría al verme llegar al público escenario subido en un artilugio (deus ex machina) para juzgar a los diputados librepensadores. Herejes.

Por suerte para ti, ni soy jefe ni obispo. «Porque no puedes». ¿Y tú qué sabrás, envidioso?

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