Balance

Los contables, cuando acaban un ciclo, hacen balance. Juntan churras con merinas, restan, multiplican… En el proceso sólo han visto números como garrapatas extenderse por el registro, seres vivos pero sin alma cuyo resultado final tiene que ser cero; o sea, nada. La suma de todos los apuntes contables de un negocio, vaya bien o vaya mal, siempre es cero. No debe de ser fácil dedicarse al noble arte de echar las cuentas, ni fácil ni esperanzador: por mucho que te esfuerces en crear riqueza, por mucho que te empeñes en modernizar la empresa te va a dar lo mismo, el resultado al final en el libro de contabilidad tiene que ser cero, un número engañoso, un número absurdo; un número vacío, nada. No pasa así con la vida. La vida no suma cero; tampoco sé cuánto suma, supongo que depende del administrador y de la suerte. Digo que no suma cero porque en cada acción, en cada gesto vamos dejando marcas muchas veces indelebles; marcas permanentes a la vez que imperceptibles: un hijo, un verso, una sonrisa, una empresa.


Por eso es difícil hacer balance de un año que se escapa, de un año perdido en la inmensidad del tiempo. Un año malo que trajo ruina y tristeza. Para que sume cero habría que encontrarle virtudes de la misma magnitud. No las veo. Pesa tanto la pena por cuantos se han ido que no soy capaz de encontrar nada positivo en lo pasado. Además, el futuro no se presenta tampoco muy halagüeño; estoy viendo en la renovada televisión española el jodido concierto de año nuevo.

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