Televisión local

Te voy a contar una historia. Resulta que había una vez una ciudad maltrecha por el paso del tiempo y por la ineficacia de siglos de abandono. No era una ciudad grande, apenas unos miles de ciudadanos silenciosos por rutina. La democracia trajo bajo las sayas un poco de esperanza, nada, sin importancia, pero en dosis suficiente para que todos llegaran a sentirse de verdad orgullosos de cuanto había alrededor. Luego las urnas alternaron partidos y daba la sensación de que todos, casi todos, tenían el mismo objetivo: que los vecinos viviesen cada día un poco mejor. Mejor, lo sabes, es una palabra comodín que muchas veces no significa nada.

Las últimas elecciones sentaron en el sillón a un buen médico, y algunos pensaron en la eficacia de quien está acostumbrado a trabajar deprisa. Imposible. Además, se llevó con él a un hermano al que nadie había votado. Maravilloso: dos por el precio de uno. El alcalde, más interesado en los juegos florales que en el gobierno de la ciudad, se aficionó a viajar por el mundo entero; eso era lo bonito, lo demás, rutina. En consecuencia, el gobierno de Cuenca estuvo en manos del hermano, quien hizo y deshizo a su antojo con tanta contundencia que muchos de los jefecillos temblaban cuando debían acudir al despacho.

Ahora, con las calles rotas, han llenado de «cultura» la ciudad con carteles publicitarios en la línea del más casposo de los Castro: EL CAPITALISMO HA MUERTO, por ejemplo. Es arte, lo mismo que la tele local que preparan con dinero que manda Europa para adecentar un barrio pobre.

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