Consejos

De todos los consejos que he recibido, el que más valoro es el que me dio un policía mientras organizábamos la revolución en un rincón del karaoke. Ya sabes cómo se ponen de redichos los maderos cuando suena Mari Trini. Me miró sin verme, apartó el micro para que nadie más lo oyese y me susurró: «chaval, si no vas a disparar, no saques el revólver». Me quedé con la copla: de nada sirve amagar y no dar porque con el enemigo no se discute...

El poli, con el rostro arado por los días, se ha metido de portero en el garito; quiero decir que aunque ha pasado mucho tiempo nos seguimos viendo en el local. Cuando quedamos, cantamos juntos «Yo no soy esa» para general regocijo de la parroquia. Luego, con la adrenalina floja, hablamos de la señora Aguirre y de cómo, cuando se levanta con los pantalones a cuadros, saca la pistola dialéctica como diciendo «aquí estoy yo y a ver quién tiene huevos»; pero si Mariano le acepta el envite y se coloca desafiante delante de belfos de la lideresa, ésta se achanta, guarda la pipa y huye a su refugio de la puerta del Sol rodeada de una legión de pelotilleros.

A eso de las cinco de la mañana salimos a la calle donde la noche nos envuelve en frío; en la radio del coche un obispo nos amenaza con las penas del infierno disparando ráfagas de anatemas como cuando no había pistolas, ni karaokes, ni policías cínicos. Apago la radio y apuesto medio euro a que las excomuniones son de fogueo.

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