Nada

No entiendo nada. Nada. Los libros se me llenan de un discurso cansino, lento, insoportable, que no entiendo. Las noticias están escritas con tinta blanca. Afuera caen las nueces sobre la hierba seca mientras las avispas se comen los últimos granos de uva. Nada. Los periódicos de este sueño están en blanco, apenas ligeras partículas de letra desintegradas por entre las columnas vacías. En el cielo, tímidas madejas de nubes secas se mueven al compás del viento. De pronto el sol que amanece lentamente me despierta. Ahora suena en la radio una voz amable. Es curioso como el sueño y la realidad se parecen; a este lado, nada. Matan a un soldado en una guerra absurda, el maniquí que acompaña a Camps no dimite, la economía va cada vez peor; no pasa nada.

Ya en el baño compruebo que el grifo mana agua caliente, buenísima para mantenerse limpio y ligeramente dormido. Me lavo despacio. Nada. Casi cinco millones de parados. Por la calle la gente deambula errática cuando me sumo a la procesión de aletargados a los que tampoco les pasa nada. Ya en el trabajo, nada; sólo algún hijo de su madre: nada que la supina ignorancia no resuelva. Las conversaciones en el bar, nada; del futuro, nada. Hace tiempo que me he acomodado, porque así no hay de qué preocuparse. Y porque todo está bien, le dan el Nobel al señor Obama quizá por su exasperante lentitud. Pero no pasa nada. ¿Nada? Mejor, así esta noche podré volver a soñar con periódicos en blanco y avispas que comen uvas dulces mientras ronco a gusto.

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